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La muerte hace unos días del gran tenor Carlos Bergonzi, a la edad de noventa años, trae el recuerdo de que él vino a Bogotá y cantó en una de las temporadas de ópera.
En esa época el cantante era sesentón y muchos temimos que íbamos a escuchar una gran voz del pasado que había dejado atrás sus mejores momentos. Había antecedentes para ese temor. Alguna vez nos visitó un cantante que fue en sus tiempos uno de los principales barítonos del mundo llamado Lawrence Tibbett. Había sido uno de los pilares de la Metropolitan Opera y otras grandes casas líricas del mundo y tenía una impresionante discografía, y fuera de eso tenía el atractivo para algunos de haber sido estrella de cine porque tenía la figura para haber sido el galán de varias películas. Lo malo es que cuando llegó estaba en absoluta decadencia y lo que nos ofreció lo hizo con una voz cascada y desafinada y su comportamiento hacía sospechar que se había tomado sus tragos antes del recital. Fue una desilusión y el empresario de la época se puso furioso cuando señalé todo eso en una nota, pues él tenía la peregrina idea de que la gloria pasada de Tibbett debía hacer que uno le perdonara su decadencia presente.
Posteriormente vino, también en las postrimerías de su carrera, otro ilustre tenor, Ferruccio Tagliavini, quien fue parte de unas presentaciones que hizo una compañía itinerante de ópera de El elixir de amor. En este caso también se cumplieron las reservas sobre cómo cantaría, pero hubo una brillante excepción. Al parecer Tagliavini se reservó para su gran aria Una furtiva lágrima y esta sí la cantó en forma maestra e incluso inolvidable, lo cual hizo que se perdonara todo lo que había venido antes.
Lo mencionado explica el miedo que los aficionados teníamos ante la participación de Bergonzi. Lo bueno es que los temores fueron infundados. El gran artista evidentemente había cuidado su voz a lo largo de su carrera y lo que hizo en Bogotá en últimas fue dar una lección de gran canto. La fama que tenía de una voz lírica, de un legato perfecto y gran profundidad interpretativa se manifestó en su presentación y esta ha sido una de las cimas de las temporadas de ópera que han tenido lugar en Bogotá.
Bergonzi cantó por algunos años más y fue lo suficientemente sabio como para saber en qué momento debía retirarse, o sea que dejó el recuerdo de un gran cantante que nunca torturó al público con manifestaciones de decadencia. A su retiro se fue a vivir a la casa que había fundado Verdi para músicos viejos y allí encontró la muerte con serenidad, según dicen las noticias. El mundo de la lírica perdió a uno de sus grandes representantes y quienes tuvimos el privilegio de oírlo en vivo sabemos la clase de artista que fue.
