La presentación en el Teatro Santo Domingo, por el grupo Las Hélices, de la gran obra dramática de Ionesco, Rinoceronte, fue muy original porque reemplazó a los actores por muñecos, los cuales iban creciendo a lo largo de la obra, y mostró acertadamente por qué esta tragicomedia figura entre las culminaciones del teatro del siglo XX.
Como Ionesco comenzó con brillantes muestras del teatro llamado del absurdo (del cual fue uno de sus originadores, al lado de Beckett y Adamov), como La cantante calva y Las sillas, equivocadamente se considera a Rinoceronte como de este género. Esto no es así. El teatro del absurdo se caracteriza por la dificultad de comunicación de los personajes y el fondo filosófico de que nada en la vida tiene sentido ni lógica. Pero en la pieza mencionada hay un claro argumento (así sea fantástico) y una evidente alusión a la manera como las más descabelladas situaciones o movimientos tienden a conseguir adeptos en forma ciega. Muestra, indirectamente, por qué creencias estúpidas como el fascismo o el nazismo (o en sus tiempos la Inquisición), así fueran repugnantes consiguieron cantidad de seguidores, y pone un espejo en el que se deberían mirar todos los fanáticos.
Todo lo anterior está reflejado en la obra en la manera como toda la población de una ciudad comienza a metamorfosearse en rinocerontes, sin que nadie se sorprenda, y donde todo lo que se discute es si se trata de rinocerontes asiáticos o africanos, de un cuerno o de dos. Incluso uno de los más reacios opositores de la transformación, Jean, comienza un discurso en el que, de oponerse a los rinocerontes, acaba aceptándolos como muy bienvenidos y él mismo se transforma en ese animal. Al final sólo queda Berenger (personaje que figura en muchas de las obras de Ionesco, quizá como representación de él mismo) para buscar si se puede salvar a la humanidad.
En la versión del grupo Las Hélices, todo se desarrolla con tres actores que manejan muñecos que representan a los diferentes personajes y, aparte de que lo hecho es entretenido, ágil y de alta calidad, es de admirar además su virtuosismo porque la representación no decayó en ningún momento. Sus nombres son Héctor Loboguerrero, Fabiana Medina y Jorge Rico y la dirección fue de Isabelle Matter, quien junto con Leah Babel fue la autora de los excelentes muñecos con que se desarrolló la pieza. La concepción fue lo suficientemente buena como para que uno aceptara esta transformación de la tragicomedia original, ya que en el fondo todo fue fiel a las ideas de Ionesco.
Ojalá haya muchos más trabajos del teatro colombiano que tengan la excelencia de este, que fue algo que, sin hipérbole, podemos llamar inolvidable.