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Rob Reiner contaba buenas historias

Manuel Drezner

19 de diciembre de 2025 - 03:10 p. m.

El director, actor y libretista de cine Rob Reiner, quien acaba de morir tristemente asesinado, era hijo del legendario Carl Reiner, uno de los grandes creadores de humor en cine y en TV de los Estados Unidos y de él heredó esa mirada sardónica que aun con los temas más serios, había un fondo de humor y de ironía. Su primera película de 1984, “This is Spinal Tap”, es una parodia de los documentales que les hacen y glorifican a los músicos de Rock, muchos de los cuales son más ruido que substancia, el famoso sonido y furia de un bobo que nada significa, para parafrasear a Shakespeare. Esa cinta mostró esa cualidad que caracterizaría las futuras de Rob Reiner, saber contar buenas historias, con un toque de exageración, una buena base para el humor. Eso de conocer como narrar es algo que lamentablemente se ha perdido mucho en el cine moderno, como comprobamos quienes amamos el cine clásico, que invariablemente se basaba en el poder de la narración.

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Siguió una serie de excelentes filmes, entre los cuales hay algunos que sin exagerar se pueden calificar de obras maestras, en especial La princesa prometida, un cuento de hadas llevado a tiempos modernos y la maravillosa “Cuando Harry conoció a Sally”, una película que algún crítico describió como la buena película de Woody Allen que no fue hecha por Woody Allen. Pero aunque el genio del otro director era evidente fuente de inspiración, esta cinta personalísima nadie más sino Rob Reiner hubiera podido hacerla. En ella hay escenas inolvidables, que los amantes del cine atesoran como grandes momentos de la cinematografía, ya que una de sus características es que supo hacer que sus actores hicieran su representación como si estuvieran improvisando a pesar de que seguían un libreto cuidadosamente escrito.

Las películas de Reiner son por tanto fuentes de placer, iguales a las excelentes de la filmografía de su padre Carl. Se caracterizan por no tener solemnidad pero no por eso saber ser serias cuando es necesario, alternando con toques de humor que son únicos.

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A pesar de que Rob Reiner en su vida privada fue un activista político de consideración, sus filmes no están para defender causas o atacar enemigos. Ellas son fuente de placer en que su firma invisible muestran afecto, humor y más que todo inteligencia, otra cualidad que muchas veces se echa de menos. Rob Reiner hará falta.

Y allí está otra de sus virtudes menos celebradas: sabe dirigir intérpretes. Jack Nicholson en A Few Good Men no grita “¡You can’t handle the truth!” por casualidad; lo hace porque Reiner entiende el ritmo del diálogo y la teatralidad del poder. Kathy Bates en Misery no asusta por exceso, sino por contención. Meg Ryan y Billy Crystal discuten el amor como si estuvieran improvisando, aunque todo esté cuidadosamente escrito.

Políticamente activo, liberal sin complejos, Reiner ha sido a veces más ruidoso fuera de la pantalla que dentro de ella. Algunos le reprochan que su cine posterior perdió filo; otros olvidan que incluso sus películas menores conservan una cualidad hoy escasa: respeto por el público. Reiner no filma para humillar ni para exhibir virtuosismo técnico. Filma para contar una buena historia, algo que, paradójicamente, se ha vuelto casi revolucionario.

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Tal vez por eso Rob Reiner no encaja del todo en el panteón de los “autores” solemnes. No tiene una obsesión reconocible ni una estética de marca registrada. Y sin embargo, ahí está su firma invisible: la sensación de que, al terminar la película, alguien nos contó algo con afecto, inteligencia y humor. Como quien dice: pase, siéntese, le va a gustar.

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