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Una de las noticias de la semana en el mundo del arte fue la inmensa pérdida que tuvo uno de esos nuevos ricos rusos en la venta de varias obras de arte que el hombre había comprado hace algunos años a unos precios absurdos. Por ejemplo, había adquirido un paisaje de Gauguin por US$85 millones y al ponerlo en subasta la semana pasada en Christie, a duras penas le dieron la cuarta parte de esa suma, US$25 millones. Otros cuadros en que el millonario perdió sumas obscenas fueron un Picasso comprado en US$35 millones y vendido en menos de seis y un Magritte por el que había pagado US$43 millones y que sólo logró doce.
Un Beso de Rodin, fundido del molde original, no tuvo compradores. Hay que decir que los precios que pagó originalmente el billonario, de nombre Rybolovley, no fueron en subastas (que en últimas muestran el interés que hay por las obras) sino en transacciones privadas con un galerista suizo, que aparentemente se aprovechó de la ignorancia o de la credulidad del nuevo rico y le vendió los cuadros a precios inflados. El ruso está demandando al suizo, quien se defiende diciendo que Rybolovley pagó voluntariamente las sumas que le habían pedido.
La anterior no es la única noticia alarmante para los precios de pinturas famosas. Las dos grandes casas internacionales de subastas, la mencionada Christie y Sotheby, han reportado una disminución en sus ventas de 17 y de 27 % respectivamente, en especial por la caída de precios de arte impresionista y contemporáneo.
Todo esto sugiere que esos precios ridículos que se han venido pagando por obras maestras por fin están volviendo a un nivel lógico, ya que esos precios evidentemente se lograban porque los cuadros se compraban no por el placer de tener una obra maestra, sino como inversión por parte de gente como los nuevos ricos rusos que poco saben de arte. Algunos galeristas se han aprovechado de esa ignorancia y los precios se han inflado en un boom que poco tiene que ver con placeres estéticos. Ya hace algún tiempo había escrito en esta columna sobre la desilusión que tuvo un coleccionista colombiano cuando vio caer estruendosamente los precios de obras que había adquirido a niveles absurdos. Que ese boom se esté acabando, como lo sugieren las noticias transcritas, puede que perjudique a algunos, pero en últimas será beneficioso para el arte, que nuevamente se va a guiar por lo que el arte debe significar, y se acabarán esos novillos disecados en formol con que se descresta a nuevos ricos.
