Después de una crisis que hizo temer por su desaparición, llegó a Bogotá el nuevo Festival Iberoamericano de Teatro, necesariamente limitado en relación con los anteriores, pero que ha incluido algunas presentaciones interesantes, así el nivel haya sido un tanto variable. Un punto alto de lo que se ha visto hasta ahora fue lo que mostró el Ballet Nacional de España, con dos obras, Zaguán y Aliento. El primero de los mencionados es un brillante espectáculo basado en la danza flamenca y que en un ambiente parecido al del tablao logra estilizar con el mayor respeto esa manifestación artística. En la segunda obra hay una mezcla de danza moderna y flamenco interesante a ratos, pero que definitivamente no tiene la vitalidad de la anterior.
No tan afortunado fue Golem, que presentó la compañía inglesa 1927 (llamada así por ser ese el año cuando se inició el cine sonoro), que resultó ser un alarde de recursos escénicos al servicio de cosas que se han dicho una y otra vez, que la técnica está apropiándose del mundo y que éste acabará siendo manejado por las máquinas. Ya Capek había expresado lo mismo (mucho mejor) en su famosa R.U.R., que introdujo la palabra robot. Los de esta compañía usan Golem para hacer referencia a la leyenda judía del gigante de barro al que un rabino dio vida para protegerlo a él y a los suyos. Este gólem rabínico era por tanto beneficioso y nunca trató de dominar al mundo, mientras que el de la pieza presentada, así fuera una parodia, tenía un fondo malicioso y malvado.
En cambio, la obra argentina de Mauricio Kartun (quien también es el director), Terrenal, pequeño misterio ácrata, es una atractiva recreación de la historia bíblica de Caín y Abel, donde los dos hermanos son contrastados el primero como un ambicioso capitalista que no aguanta la anarquía representada por el personaje de Abel. El diálogo es agudo y satírico y la actuación de muy alta calidad. Este es teatro de alta categoría, como debería ser todo lo que se presenta en un festival.
Hubo un homenaje al director esloveno recientemente fallecido Tomaz Pandur, quien en uno de los primeros festivales había hecho una inolvidable Scheherezade y después vino a cuatro más con obras no tan atractivas, ya que repetía demasiado lo exitoso de la primera. El homenaje en este Festival fue un ballet con música de Goretzky llamado Sinfonía de canciones pesarosas y que no creo que haya sido supervisado por Pandur, porque una característica que él sí tenía era una unidad a todo lo largo de la obra presentada que, lamentablemente, no se vio en este ballet, compuesto por fragmentos danzados breves sin mayor relación entre sí, en especial con un pintoresco desfile de ciclistas que de repente aparecieron, dieron unas vueltas por el escenario y nunca se volvió a saber de ellos. Hay que reconocer que había momentos muy hermosos, pero el total no estaba a la altura del artista al que se homenajeaba.