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Me voy a permitir por una vez hablar hablar de mí mismo, porque en estos días tuvo lugar un aniversario que me tiene orgulloso: el de haber cumplido 75 años desde que apareció mi primera columna en El Espectador. Esta falta de modestia se debe a que creo ser no solo el columnista más antiguo del periódico, sino tal vez el más antiguo de toda la prensa colombiana.
Cuando llegué a esta casa, invitado por Guillermo Cano, condiscípulo mío y director de la revista del colegio que, como tal, había aceptado colaboraciones mías, comencé por escribir sobre música, pero poco a poco me fui convirtiendo en un cargaladrillos que hacía reportajes, notas en las páginas editoriales y, desde luego, comentarios sobre cuestiones de música, teatro, arte y cultura. Igualmente, por muchos años, estuve a cargo de la sección “Preguntas y respuestas”, en la cual se llegaron a recibir más de mil cartas mensuales; así de popular era. José Salgar, el Mono, jefe de redacción, me dio invaluables lecciones de periodismo y por eso logré algunos encargos periodísticos como cuando me enviaron a entrevistar al secretario de las Naciones Unidas, quien visitaba Bogotá. En esa época habían clausurado el periódico El Tiempo y cuando le pregunté si su visita tenía que ver con esa clausura, mi pregunta y su respuesta fueron reproducidas por diarios de todo el mundo.
Han sido tres cuartos de siglo buenos, y debo decir que en todos esos años nunca fui censurado y la libertad de expresión de la que he gozado refleja los valores del periódico. A este le debo el agradecimiento por haberme aguantado tanto tiempo, además de las enseñanzas y lecciones que he recibido de lo que verdaderamente es una prensa responsable. Parafraseando una canción, aquí sí que puedo decir que 75 años no son nada.
