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En estos días se conmemoran cincuenta años de la muerte del gran músico Dmitri Shostakovich, quien, con Prokofiev, fue la culminación de la creación musical del período soviético. Lo malo es que dejó que la ideología influyera muchas veces en sus conceptos artísticos, hasta el punto de que declaró en una ocasión que “cuando el Partido condena los rumbos de mi obra creativa, sé que el Partido tiene la razón”. Claro que esto era lo que expresaba de dientes para afuera ya que él seguía haciendo música siguiendo su inspiración y no las necesidades de lo que en esa época llamaban el realismo socialista, o sea la creencia de que los problemas sociales podían y debían ser analizados a través del arte, de manera que este cumpliera una función didáctica dentro del socialismo.
Shostakovich siempre fue esclavo de obsesiones, tales como mandarse postales a sí mismo para comprobar la eficacia del correo o la necesidad de que todos los relojes marcaran la hora con exactitud. Cuando Stalin criticó una de sus óperas por ser demasiado gráfico en cuestiones de sexo y la llamó “caos en música”, Shostakovich agachó la cabeza y escribió una sinfonía que llamó Respuesta de un músico soviético a justas críticas. Y aunque él se burlaba de eso, alcanzó a mostrar las diferencias entre Liszt y Chopin sobre bases sociales y económicas.
Cuando comenzó la persecución a Solzhenitsin no solo se peleó con su amigo Rostropovich que lo defendía, sino que además firmó la infame carta donde se atacaba al científico Zajarov. Afortunadamente, sus obras no seguían estos pensamientos y son de una profundidad y valor musical únicos. No cabe duda alguna que fue gracias a lo descrito que Shostakovich murió en la cama y no en el exilio o ejecutado como les sucedió a tantos artistas y hombres de ciencia en la era soviética.
