Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Mucho se ha hablado, desde las mismas épocas electorales, del fomento de la que llaman economía naranja. El nombre es muy bonito pero un tanto confuso, ya que no explica que ella quiere referirse a los desarrollos económicos que provienen del arte y la cultura. Esto quiere decir que se busca que artículos (por darles un nombre) que tienen como objeto el desarrollo espiritual, van a hacer un aporte al desarrollo del país, como sucede en otros lugares del mundo. En Estados Unidos, los aportes al producto interno que provienen del teatro, de la música, de los libros y de la creación artística contribuyen con casi diez por ciento a su crecimiento. En Alemania y Francia, este porcentaje es aún mayor y son muchas las naciones del mundo que presentan orgullosamente los resultados de su creación artística y cultural como algo importante y no solo desde el punto de vista económico.
En Colombia, a pesar de todos los tropiezos, se calcula que el aporte de la cultura a la economía es de más o menos cuatro por ciento, lo cual no deja de ser una cifra importante. Que este porcentaje se quiera elevar es laudable. Lo malo es que por un lado se anuncia el fomento y por el otro se proyectan cantidad de trabas económicas a su desarrollo. Por ejemplo, la Ley del Libro de 1982 hizo que Colombia se convirtiera en uno de los grandes productores bibliográficos del mundo hispano. Esto se logró gracias a una serie de sabios alicientes tributarios. Lo malo es que poco a poco esos alicientes se han ido recortando y la consecuencia es que el país ha dejado de ser importante en este campo. Lo mismo se puede decir en el cine, en la música y en el teatro, a los cuales se pretende gravar con impuestos que acabarán con toda la buena labor de fomento en el pasado. Esto desde el punto de vista tributario, pero no hay que olvidar que muchos de los aportes económicos que daban en el pasado a las actividades de la cultura se han recortado o proyectan recortarse.
Es claro entonces que hay una contradicción entre las buenas intenciones de fomentar la economía naranja y la dura realidad. Lo malo es que la cultura es algo muy frágil y es más fácil destruir mucho de lo hecho en el pasado que lograr el desarrollo anunciado. Por ejemplo, la producción de libros en Colombia, desde que eliminaron alicientes tributarios, disminuyó a casi la mitad. Es claro que la idea de que aumente el aporte de la cultura a la economía es buena, pero para lograrlo, los hechos deben estar acordes con las palabras y son muchos los que han llamado la atención a los peligros que contradicen las buenas intenciones anunciadas.
