La clásica tempestad en un vaso de agua se ha desatado alrededor de las reformas que se hacen en el Teatro Colón, y como algo tuve que ver en los estudios previos que se hicieron, creo que vale la pena que aporte mi grano de arena a esta discusión.
En primer lugar hay que decir que en arquitectura la función debe tener prelación sobre la forma, y lo primordial es que lo que se ha diseñado sirva para el propósito buscado. De hecho, muchos arquitectos considerados poco menos que genios han olvidado esta regla elemental y han hecho bellísimos edificios que fallan en que simplemente no sirven. En el caso del Colón, un ejemplo es la araña que se instaló en 1948. El hecho claro es que esa araña tapa la visión de muchos puestos en la galería y si no se puede subir para que eso se evite, la araña debe ser suprimida. Así de simple. Si lo que se busca es volver a lo original, la antigua lámpara precedió a la araña y por lo menos no estorba.
Igualmente, la feísima silletería, que no guarda relación con el diseño rococó del Teatro y que también fue instalada en 1948, tiene un problema. Un axioma básico en acústica es que el teatro debe sonar igual cuando está lleno o cuando está vacío y, por tanto, cada silla debe tener las mismas características que tendría el espectador que se siente en ellas. Las viejas sillas, ruidosas e incómodas, además de feas no cumplían con esa regla elemental y por tanto deben ser reemplazadas. Por otra parte, el pobre espectador de galería es menospreciado siempre: en una de las reformas que se hicieron, eliminaron las sillas en ese sector y los espectadores deben sentarse en gradas incómodas y sin espaldar. Por respeto a ese público se deben volver a instalar las sillas, que deben ser numeradas para que no haya que llegar horas antes del espectáculo.
Además hay que decir que los estudios técnicos que se hicieron mostraron que los palcos funcionan como cajas absorbentes, que dañan las características acústicas del Teatro. Se propuso eliminar las separaciones entre palcos y hacer graderías escalonadas (con lo cual además, el pobre que se sienta atrás podría ver, lo que no sucede ahora), lo cual mejoraría tremendamente la acústica, como se demostró científicamente con las mediciones. Lo malo es que alguna directora del teatro puso el grito en el cielo ante esta propuesta dizque por que eso iba contra la tradición del Teatro y la idea se abandonó. El terciopelo en los bordes de los palcos en cambio no afectan para nada, ya que el porcentaje de su superficie es ínfimo en comparación de la superficie total.
Hay otras ideas al respecto, pero en gracia al espacio, se expondrán en otra ocasión.