Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Turandot de Puccini no es una ópera fácil de montar, ya que la obra requiere excelentes coros infantiles y de mayores (alguien dijo que el uso de ellos hacía de Turandot el equivalente italiano del Boris Godunov ruso); dos sopranos de categoría, una de ellas no sólo dramática sino capaz de alcanzar notas estratosféricas; un tenor de resistencia y volumen, además de un trío de excelentes actores y cantantes, por no decir nada de otra serie de intérpretes de gran capacidad. Por eso es bueno reportar que la versión que hizo la Ópera de Colombia fue muy satisfactoria y de resultados muy superiores a los que muchos esperaban. No es que fuera algo perfecto (la perfección sólo existe en el cielo), pero sí fue una presentación muy digna y en que lo bueno compensó de sobra los lunares menores. Hay que destacar a la soprano colombiana Betty Garcés, una cantante de gran mérito y que supo dar a su personaje de Liú no sólo lo que requería vocalmente sino también el fondo dramático de la trágica figura de la esclava que se sacrifica por un amor imposible y que al hacerlo enseña a la orgullosa princesa lo que es amar. La soprano Francesca Patané en el papel nominal cumplió con creces y lo mismo el muy buen tenor Rudi Park, quien resolvió sus adivinanzas con vigor y convicción. Ping, Pang y Pong, personajes derivados de la comedia del arte y que son, respectivamente, el primer ministro, el mariscal y el gran cocinero de la corte, fueron hechos con gracia por Valeriano Lanchas, Alejandro Escobar y Andrés Felipe Orozco, así el montaje, como es usual, no hiciera uso teatral de sus empleos. Los coros, de gran categoría y seguros, y la orquesta juvenil dieron una sorpresa con su muy buena intervención. Igualmente, el coro de niños en sus breves intervenciones fue más que adecuado.
El montaje fue algo estático y quizá eso fue causado por la claustrofóbica escenografía, que convirtió la gran plaza de Pekín en casi un salón encerrado, lleno de obstáculos que apenas permitía a los cantantes moverse. Igualmente el vestuario, aunque bastante estético, fue repetitivo y muy oscuro y hubiera debido tener mayor variedad. Pero lo importante es el resultado final y, como se dijo, éste satisfizo y dio oportunidad para ver una versión muy agradable de la que se está convirtiendo en una de las óperas de Puccini representadas con mayor frecuencia. Sería bueno que las temporadas de ópera volvieran a tener mayor número de obras en su repertorio para ser una temporada verdadera, no con una obra única anual.
