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Un “Boris Godunov” inolvidable

Manuel Drezner

17 de marzo de 2016 - 11:29 p. m.

La que puede considerarse como una de las grandes noches teatrales que haya tenido Bogotá en mucho tiempo fue la presentación dentro del Festival de Teatro del Boris Godunov de Pushkin, bajo la dirección de Peter Stein, nombre ilustre dentro de las tablas contemporáneas, por el grupo moscovita Et Cétera.

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Stein tomó una de las obras maestras del teatro ruso y la presentó con originalidad pero con respeto, sin caer en la tentación de esas distorsiones que a veces se acostumbran y que, por ejemplo, en obras que suceden en un claro momento histórico, como ésta, las trasladan a épocas diferentes, con lo cual se crean, sin necesidad alguna, anacronismos que no tienen ningún objeto.

Pushkin en su Boris abandonó las unidades teatrales clásicas de tiempo, lugar y acción y creó un panorama psicológico alrededor del presunto arrepentimiento del zar con una veintena larga de escenas sueltas que se adelantan al cine y al teatro contemporáneo. En esa obra no hay personas que muestren bondad y cada uno, comenzando por el mismo Boris Godunov y siguiendo con el príncipe Shuiski, con Marina, con el falso Dimitri, con los monjes borrachos y pedigüeños e incluso con el mismo Inocente, obra en función de sus propios intereses. No hay que olvidar que históricamente Shuiski fue uno de los zares que sucedieron a Boris y que los herederos de Iván el Terrible no accedieron posteriormente al trono. En el montaje de Stein, con tres centros de actuación que permitieron dar fluidez, todo sucede con lógica y cada actor dio de lo suyo en forma brillante. Usualmente, Shuiski es representado como un hombre zalamero e hipócrita y aquí fue personaje de cierta dureza. El agregado del fantasma del niño que cruza la escena es un golpe teatral brillante. En resumen, se trató de algo de categoría, que ya de por sí justificaría los festivales de teatro.

En otra representación, la Compañía Nacional de Teatro de México hizo una curiosa versión de El círculo de tiza de Brecht, una de sus parábolas para el teatro, bajo la dirección de Luis Tavira, nombre eminente, pero que en este caso nos mostró una obra inflada con rellenos inútiles que dura cuatro horas contra las dos del original de Brecht. Los personajes caricaturescos de esta interpretación son simpáticos por un rato, pero en cuatro horas se vuelven insufribles. Personalmente, prefiero el original de Brecht, que también tiene muchos vericuetos, pero que va directamente a lo que quiere mostrar. Al público pareció gustarle este montaje y me imagino que eso, en últimas, es lo que se quiere.

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