El Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo presentó la ópera de Verdi Nabucco (forma de abreviar el impronunciable rey bíblico Nabucodonosor), bajo la dirección musical de Yeruham Scharovsky al frente de la Sinfónica de Colombia y la escénica de Pedro Salazar. Antes que todo, hay que celebrar que este último haya dejado de lado esos caprichos de cambiar los deseos de los creadores de la obra y lo que se vio fue una versión respetuosa y que seguía las pautas del libreto. La escenografía, de Julián Hoyos, era abstracta y no distrajo así existiera la curiosa decisión de colocar un león alado asirio en lo que se suponía que era un templo judío.
Los cantantes cumplieron, en especial la soprano Verónica Dzhioeva en el papel centralísimo de Abigail, en cuyos hombros reposa buena parte de la representación, y que supo transmitir esa mezcla de omnipotencia y crueldad que caracteriza al personaje. Igualmente, el barítono Fabián Veloz hizo una buena faena musical y dramática, así como el bajo Morris Robinson quien, como el sumo sacerdote Zacarías, mostró el vigor que tiene este fascinante rol. Por otra parte, los dos amantes, Ismael y Fenena, a quienes Verdi dio un papel bastante menor, cantados por Andrés Carrillo y la colombiana Andrea Niño, sacaron adelante con brillo sus partes. Hubo también participación en papeles comprimarios de los solistas del Coro de Colombia Julián Usama Figueroa y Vanessa Rose, quienes supieron dar lo suyo. Ya que del Coro se habla, hay que destacar que este se lució en su parte bastante central y es bueno dejar constancia de que ya existe un coro entre nosotros capaz de enfrentarse a obras exigentes. Uno ya puede soñar con que algún día veremos aquí Boris Godunov, donde el coro es tan básico.
Fue una buena noche lírica la que tuvimos con este Nabucco.