Incolballet, que existe desde hace un cuarto de siglo, puede sentirse orgullosa por las presentaciones del risueño ballet de Tchaikovsky, Cascanueces, en el Teatro Santo Domingo. Y lo puede hacer porque se trató de una versión más que adecuada de uno de los pilares de la historia de la danza clásica pero hecha por colombianos que conformaron la inmensa mayoría de los que participaron en estas representaciones. No solo por eso sino también porque este ballet, que cuenta una historia especialmente adecuada para públicos infantiles, es de una gran dificultad para ser montado ya que alterna momentos definitivamente balletísticos, con danzas características que se desarrollan en el divertissement, muchas de las cuales requieren no solo habilidad de danza sino también habilidades que podríamos llamar acrobáticas.
La coreografía, basada en la clásica de Petipa e Ivanov, fue desarrollada por el chileno Jaime Pinto, quien además dio al papel de Drosselmeyer, habitualmente estático, nuevos valores. Las hadas de la obra bailaron en forma fantástica, príncipe y princesa hicieron su bello pas de deux de manera elegante y la apoteosis final fue impresionante. Participaron también para los papeles infantiles y juveniles que tiene la obra el Ballet Tosin, otra buena iniciativa nacional y sus niños se desempeñaron con gracia.
Acompañó la Sinfónica de Colombia dirigida por su titular Yeruham Scharovsky, con soltura y tiempos adecuados. Los decorados estuvieron a la altura y hubo buenos juegos de luces. Hubiera sido deseable que el programa de mano guiara más al público con la enumeración de los diversos números del ballet y quienes fueron sus intérpretes. Pero el total fue muy satisfactorio y lo deja a uno altamente impresionado por lo que es un logro colombiano que hay que destacar.
