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Un viaje reciente me llevó a Lituania y lo que encontré es algo sorprendente. Se trata de un país con menos habitantes que Bogotá, unos cuatro millones, y Vilna su capital, apenas tiene medio millón. No obstante, el país goza de una de las tasas de crecimiento económico más altas del mundo, la criminalidad casi no existe y entre las naciones bálticas es la que más asentamiento político tiene. En cuanto a lo gastronómico, sus platos nacionales son deliciosos y el costo de vida es bajísimo.
La cultura, que es lo que interesa a esta columna, es igualmente atractiva, tiene unos museos con artistas nacionales, algunos de alta categoría, además con cuadros de artistas como Chagall, y me tocó una exposición dedicada al escenógrafo y pintor León Bakst, que es recordado por lo que hizo para los ballets rusos de Diaghilev. Según me dijeron, este tipo de evento es muy común y Vilna ha visto exposiciones antológicas de grandes maestros.
Hay un teatro de ópera y ballet con funciones diarias, a precios muy accesibles (un puesto para la ópera en platea cuesta unos $70.000 y de ahí para abajo) y que usa en forma casi exclusiva artistas lituanos, a los que da fuentes de trabajo y que son de un nivel artístico superior. Alcancé a ver una versión de Fidelio de Beethoven, en montaje moderno pero respetuoso, en el cual lo único poco acertado fue haber puesto a la orquesta (creo que como símbolo del pueblo) en la mitad de la acción y que incluía una Leonora de altura internacional. Igualmente presentaron una versión muy atractiva del ballet Don Quijote con música de Minkus, y tan completa que reincorporó escenas que casi nunca se presentan en otras partes. Las temporadas cubren casi todo el año y la respuesta del público permite que casi todas las funciones tengan un porcentaje alto de ocupación.
Todo lo anterior busca mostrar como un país puede ser pequeño pero que cuando hay interés por la cultura es posible desarrollar actividad de categoría, con fomento al artista nacional y con asistencia alta. Ese es ejemplo para seguir y por eso vale la pena presentarlo.
El viaje también me llevó a Varsovia y a Cracovia, en Polonia, donde la actividad de la cultura con artistas nacionales es muy atractiva. En la capital pude ver una ópera del músico nacional Moniuszko, La mansión encantada, una comedia muy risueña con uso de aires como la mazurca y la polonesa. En Cracovia, entre otros tesoros, sus museos se pueden ufanar de tener uno de los pocos óleos de Leonardo da Vinci que se conocen. Se llama La dama del armiño y tener la oportunidad de verlo justifica visitar Cracovia. En la ópera, igualmente con funciones diarias gran parte del año, hubo un interesante Turco en Italia de Rossini, en montaje tradicional pero muy efectivo.
