Al pianista Tzimon Barto, quien ofreció un recital en el Teatro Santo Domingo (para remplazar a Murray Perahia que canceló su gira), si los pianos fueran personas, lo temerían.
Barto llega al instrumento y lo toca con gran técnica digital pero sin piedad. Uno teme que en cualquier momento el piano vaya a caer destrozado ante ese despliegue de fuerza donde raras veces se oye un pianísimo. El músico es sin duda un virtuoso de mérito y la novedad del programa, una obra del contemporáneo Daniele Gasparini, quien ganó un concurso de composición que patrocina precisamente Barto, parece haber sido hecha a la medida de las tendencias del intérprete, ya que se trata de algo basado más en sonoridades que en cualquier otro elemento y que le permitió hacer una demostración de vigor que hacía que uno admirara esa capacidad de sacarle sonido con volumen al instrumento. La obra se llama Tres recuerdos del cielo pero ese cielo que se imagina el compositor no tiene de ninguna manera la paz y la serenidad que uno a su vez imagina para las regiones celestiales. Quizá sobraba ese título, que parece que sirve para explicar el concepto del músico, y que según informaban las notas del programa es el de un poema de Rafael Alberti.
El concierto había comenzado con una hermosa sonata de Haydn, compositor que merecería figurar con más frecuencia en el repertorio de los pianistas ya que son obras maravillosas, muchas de ellas a la altura de lo que hicieron Mozart o Beethoven, que es mucho decir. Igualmente los dos libros de Brahms de Variaciones sobre un tema de Paganini recibieron una versión vigorosa, donde la sutileza fue remplazada nuevamente por esas manifestaciones donde el pianista aparentemente trataba de sacarle el mayor volumen posible al piano. La pieza final del programa, la única sonata de Liszt evidentemente se adapta en forma ejemplar a la manera de tocar de Tzimon Barto y quizá fue el punto culminante de un concierto que fue a la vez interesante y desconcertante ya que es claro que estamos ante un instrumentista de alta técnica pero que quizá debería reprimir un poco ese vigor que se manifestó, como se dijo, a lo largo del concierto. La impresión que se recibe a la larga es que el músico se preocupa más por el sonido que por la interpretación y si bien es cierto que eso sirve para algunas obras, todo un recital escuchado en esa forma tiene la tendencia a volverse un tanto repetitivo.
Este concierto arranca para efectos prácticos la temporada de este año en el teatro mencionado y lo que depara el futuro es altamente atractivo y prometedor.