Una excelente noche teatral tiene lugar en el Colón con la presentación de uno de los clásicos teatrales del siglo XX, el drama Uva pasa bajo el sol, de Lorraine Hansberry, una autora que con esta, su primera obra, ganó una serie de importantes premios escénicos y que murió muy prematuramente, apenas pasados los treinta años. Pero esta obra le ha asegurado que figure con todo derecho entre los dramaturgos más destacados del siglo pasado y ella es revivida en forma continua, lo cual demuestra su vigencia.
El título se deriva de un verso de Langston Hughes, el gran poeta negro de Estados Unidos, cuya primera línea dice que un sueño aplazado se seca como una uva pasa bajo el sol. Esto es exactamente lo que sucede a los protagonistas del drama, cada uno de los cuales tiene una ilusión. Para unos esa ilusión es tener casa propia; para la madre, que la hija se case bien; para esta, poder seguir estudios universitarios, y para el padre, poder tener un negocio propio. Para cada uno de ellos concretar su sueño es algo que se va aplazando hasta que al final el protagonista (que en la obra original y en la película fue interpretado por Sidney Poitier), a último momento, se rebela y decide aceptar la ilusión que trataba de negarse a sí mismo. Se trata de escenas de todos los días, que a cualquiera le pueden suceder y es signo de la universalidad de la obra el que, aunque en ella quienes viven los problemas son negros, lo mismo podrían ser extranjeros, judíos o miembros de cualquier otro grupo minoritario rechazados por los prejuicios de los ignorantes y los que infundadamente se creen superiores a los demás. Es precisamente esta universalidad lo que hace de esta obra teatral algo tan conmovedor y que les puede llegar a todos.
La interpretación, dirigida en forma fluida por Juan Sebastián Aragón, contó con un elenco de actores poseídos de su papel y que transmitieron en forma acertada el pequeño drama que cada uno tiene. Uno podría tener reservas sobre la forma algo gritada en que la mayoría se expresó, lo cual no permitió que hubiera muchos matices, pero el total fue muy bien llevado y el público se compenetró con los problemas de cada uno de los personajes. La escenografía bien diseñada proyectaba el ambiente de clase baja de los personajes y las transiciones de escena, con un saxofonista tocando trozos de jazz, bien imaginadas. Posiblemente no fue muy acertado hacer la obra sin intermedios, en un solo acto continuo, ya que las más de dos horas de duración pueden causar algo de cansancio. Pese a estas observaciones menores, se trató de una excelente presentación teatral y es bueno que ya se den cuenta de que hacer buen teatro implica poner en escena piezas de importancia y no esas piececillas comerciales a las que se están dedicando muchos de los grupos capitalinos.