En el hemisferio norte los calendarios escolares suelen comenzar en la segunda mitad del año cuando el verano boreal empieza a amainar. En el hemisferio sur, los cursos escolares inician con frecuencia en el primer tercio del año, cuando su propio verano empieza a dar paso al otoño. En ambos casos, esa tradición buscaba evitar clases en los meses más calurosos y permitir a los niños espacios para ayudar con labores de recolección agrícola muy concentrados en esos meses.
Colombia tiene una particularidad geográfica que comparten pocos países: tiene una parte al norte y otra al sur del ecuador. Como si esa casualidad geográfica la hubiera desgarrado en dos partes, Colombia tiene la atípica característica de tener dos calendarios escolares. El primero, que conocemos como “calendario A” empieza cursos en los primeros meses del año y los termina en la parte final del mismo. El segundo, que conocemos como “calendario B”, copia los esquemas del hemisferio norte: inicia cursos hacia los meses de agosto o septiembre y termina el grado hacia el mes de junio.
Sin estaciones climáticas marcadas por estar en el trópico, es difícil argumentar cuál calendario es mejor. De hecho, para los menores que asisten a nuestros colegios, poca relevancia tiene que haya en paralelo un calendario diferente al propio. Sin embargo, ese traslapo de calendarios no es inocuo. A diferencia de las instituciones de educación superior—universidades, técnicos y tecnológicos—de otras partes del mundo, las colombianas deben hacer dos procesos anuales de admisión, dos rondas anuales de grados, ofrecer todos los cursos por duplicado cada año. También terminan con cohortes de estudiantes más pequeñas en cada semestre dificultando su sostenibilidad, especialmente en carreras menos demandadas pero cruciales para el capital social. Al haber cohortes más pequeñas también se reducen las ganancias que surgen de la interacción con más pares. Así mismo, el gobierno colombiano debe hacer dos rondas anuales de exámenes de Estado, que involucran un enorme esfuerzo.
A esas desventajas se suma el hecho de que los colegios no están agrupados de manera aleatoria en los dos calendarios. Los colegios públicos que agrupan a la gran mayoría de estudiantes en el país son de “calendario A”. En el calendario B” están buena parte de los colegios privados y muchos de ellos corresponden a los colegios internacionales. Los niños de cunas económicas más privilegiadas asisten mayoritariamente al segundo grupo. Al entrar de manera traslapada a la educación superior, impedimos una mayor integración perpetuando esa segregación escolar por cuna que caracteriza al país.
Puede haber también ventajas de tener el traslapo. Un estudiante que al terminar colegio no acceda a la educación superior inmediatamente solo tiene que esperar seis meses para presentarse de nuevo.
Pero, unas con otras, mi impresión es que hay más ventajas de tener calendarios coordinados y que debiéramos dar ese debate, quizás aprovechando que hay en marcha proyectos de reforma educativa. Naturalmente, si fuéramos a coordinar calendarios, los colegios deberían poder escoger libremente las fechas apropiadas de inicio, final y vacaciones y habría que pensar con cuidado una transición hacia ese destino.
@mahofste