Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En medio de un discurso reciente, el presidente Petro hizo alusión a una marcha de rappitenderos que habían formado una gran ola naranja en Bogotá para protestar contra la reforma laboral. Incrédulo, tomándose su cabeza ataviada con una gorra y girando sobre sus pies, sugería que esos marchantes no eran genuinos, que seguro sus patrones los habían forzado a manifestarse. No de otra manera podía entender que se opusieran a una reforma laboral que tenía la intención de favorecer también a los rappitenderos.
Dejaba claro el presidente que la reforma, como otras en este Gobierno, no la analizaba a través del lente de sus implicaciones, sino del de sus intenciones. Me recordó el episodio de una guardería que, buscando que los padres dejaran de llegar tarde a recoger a sus pequeños, anunció un esquema de multas en función de la tardanza. El resultado fue uno contrario a las intenciones: los padres empezaron a llegar más tarde, pues entendieron que podían pagar por dejar a los pequeños más allá de la hora límite.
El Gobierno ha presentado varias reformas este semestre, entre ellas la de salud, la laboral y la pensional. En la primera el calce entre las intenciones y las implicaciones se parece al caso de las guarderías, en la segunda es tenue y solo en la tercera el calce es bueno.
En la reforma a la salud las intenciones y las implicaciones están tan lejos que no alcanzan a verse entre sí. La ministra aboga por saltar a un sistema que no existe, como si estuviéramos en el primer día tras la fundación del país, pavimentando los engranajes que hemos construido durante décadas e ignorando los debates difíciles que una construcción colectiva de tal envergadura no puede evadir.
En la reforma laboral el foco está puesto en endurecer las reglas del mercado formal: tipos de contrato, horarios, costos de despido, jornada laboral, remuneraciones, etc. Pero a ese mercado laboral, el de los privilegiados, no accede más de la mitad de los trabajadores colombianos que deambulan por la informalidad, rara vez aportan a pensiones, no pagan contribuciones a salud y no tienen un contrato laboral. No es nada claro cómo endurecer las condiciones bajo las que se puede contratar de manera formal favorecerá a ese otro país. Como en el ejemplo de la guardería, el temor es que la reforma termine generando el resultado contrario al de sus intenciones, especialmente sobre los sectores más vulnerables.
En pensiones, las intenciones y las implicaciones de la reforma van más de la mano. El sistema que hoy les da mucho, pero solo a unos pocos privilegiados, les dará menos a estos y más a quienes, necesitándolo, el sistema de protección jamás ha considerado. Pero ese nuevo sistema costará más y, por ahora, el planteamiento del articulado deja esa financiación en manos de las generaciones futuras. Ojalá en la discusión parlamentaria el presidente se tome la cabeza, con o sin gorra, gire sobre sus pies y demande darles voz a esos jóvenes, niños y futuros bebés que recibirían una cuenta enorme que no firmaron.
@mahofste