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Estados Unidos impuso de nuevo aranceles a sus principales socios comerciales Canadá, China y México. Luego, otra vez, echó para atrás parte de los anuncios. Las razones por la que empuja la estrategia de imponer aranceles no están claras. A veces lo justifican con temas de seguridad fronteriza, en otras la retórica apunta a que esto devolverá la producción de bienes a tierras estadounidenses y cerrará el desbalance comercial, otras veces señalan que buscan una renegociación comercial con México y Canadá, en otras indican que con esto Canadá estará más cerca de ser un estado más de la Unión, a veces luce como una amenaza para doblegar gobiernos (como el de Petro) y por último también han esgrimido el argumento de que esto será una bala mágica para las arcas estatales.
Ante el desorden conceptual del porqué de los aranceles que impone Estados Unidos, habrá más vaivenes. Los pondrán o quitarán, los endurecerán o suavizarán al ritmo del ánimo presidencial del Norte y habrá una lista creciente de países que irá recibiendo su dosis personal. La respuesta de los afectados será tomar represalias arancelarias: el fin de la cooperación y la llegada de la ley del Talión será el nombre del juego.
¿Las consecuencias? La primera ya la estamos viendo. Los indicadores de incertidumbre económica están en máximos históricos solo superados por los que hubo durante un par de meses en la pandemia. Las empresas no tienen claro bajo qué reglas podrán vender sus productos en el exterior ni con qué tipo de cadena de suministros provenientes de afuera podrán contar. No es claro cuáles son las decisiones apropiadas sobre en qué lugar del mundo producir, dónde comprar los insumos, con qué precios contar. Así, es previsible una caída en la inversión privada a la espera de tiempos menos inciertos.
En segundo lugar, los flujos comerciales transfronterizos disminuirán. Los productores locales, enfrentados a mayores costos, menor competencia y una mayor tolerancia de los consumidores a aceptar productos más caros, incrementarán los precios y posiblemente también los márgenes de ganancia. En Estados Unidos, algunos estiman que el cambio en la estructura de aranceles le costará a cada consumidor más de cinco millones de pesos anuales.
Los empujones que los aranceles le den a la inflación harán la vida de los bancos centrales difícil, tanto en Estados Unidos como en los otros destinatarios de las dosis personales de marras. Con frecuencia los episodios inflacionarios vienen explicados por economías sobrecalentadas en donde la demanda excesiva pone presión a los precios. En esos
contextos el recetario usual de los bancos centrales es subir su tasa de interés para frenar el apetito de la demanda. Pero si la inflación es consecuencia de los aranceles y no de excesos de demanda, la subida de tasas de interés frenará economías que no necesitan freno. El encarecimiento del crédito que vendrá de la mano con ese freno caerá en un terreno peligroso, el de muchos gobiernos—como el colombiano—sobreendeudados y en donde sin contar con ese encarecimiento, el servicio de la deuda está alcanzando umbrales políticamente difíciles de sostener.
@mahofste
