Cuando el presidente Petro viaja por el mundo –cosa que ocurre con frecuencia– emite con grandilocuencia discursos catastrofistas sobre el cambio climático y la necesidad de descarbonizar el mundo. No ahorra calificativos: en la ONU no titubeó en afirmar que el carbón y el petróleo eran los dos principales venenos del mundo.
Esta semana el gobierno ha echado a andar un programa para subsidiar la gasolina de todos los taxis del país que funcionan con ese combustible. Se trata de 190.000 vehículos a cuyos conductores se planea consignarles unos recursos calculados para compensar los incrementos de la gasolina que haya de aquí en adelante. El discurso grandilocuente que habla del fin del mundo por el uso de los combustibles camina de la mano en un subsidio local a ese veneno, destinado a sus usuarios más asiduos en Colombia.
Cabe apuntarle al gobierno que los incrementos en los precios de la gasolina son de su cosecha y que el terreno largo que hay todavía que recorrer para que los precios, tanto del acpm como de la gasolina, correspondan a los del mercado internacional, se explica por la incapacidad del gobierno previo de ajustarlos. Planteo los incrementos como un mérito: si bien todos preferimos gasolina barata, los subsidios que la permiten se financian con nuestros impuestos. La lista de mejores usos de esos impuestos que subsidiar ese veneno es muy larga.
La cuenta del subsidio, fuera de invitar a más emisiones, no va a ser menor. Los cálculos del propio gobierno comienzan con una cuenta mensual de 30 mil millones de pesos, que se irá incrementando cada vez que vuelva a subir el precio. Eso sin contar todos los recursos humanos y financieros que el propio gobierno habrá de destinar para poner en marcha las reglas, controles y mecanismos para hacer realidad las transferencias.
Ya metidos en esto, la tarea del gobierno es asegurarse de que esta ayuda sea temporal. Para que eso sea posible debe poner en marcha el mecanismo más lógico para lidiar con un aumento en los costos de producción de un bien: el aumento del precio de este. Si la gasolina sube, el precio de tomar un taxi también debería hacerlo. Esa es una tarea de los alcaldes, no del gobierno, pero este debería propiciar esa conversación con la meta de que los subsidios se apaguen del todo hacia final de año, momento en que se compensarían con mayores tarifas.
Los taxistas han argumentado que subir las tarifas implicaría que tendrían menos pasajeros. En efecto, cabría esperar que ante mayores precios algunos usuarios hagan menos uso de los taxis, pero también es cierto que serán mejor remuneradas las carreras que sí hagan, que hay mejores destinos de nuestros impuestos que mantener artificialmente barato ese servicio (para empezar, los puentes del país requieren mantenimientos que cuestan dos billones de pesos), y que el discurso sobre la gravedad del cambio climático solo será eso, un discurso, si no nos tomamos en serio la tarea de usar menos combustibles fósiles. Eso, naturalmente, pasa por no subsidiar su consumo.
@mahofste