El país de esta historia tiene una repartición de sus tierras que muchos consideran injusta. La población heredera de los antiguos colonizadores solo representa el 1 % del total, pero tiene el 18 % de las mejores tierras. El gobernante de este país lanza un plan para comprar ocho millones de hectáreas y repartirlas entre la población nativa. Como no tiene recursos para hacerlo, apunta a la cooperación internacional encabezada por su antiguo colonizador. Sin muchos avances, al cabo de pocos años, esa fuente de recursos se cierra.
El gobernante lanza una estrategia audaz: propone una reforma constitucional vía referéndum que lo autorice a expropiar las tierras sin indemnización. –Son más los que quieren tierra, que los que la tienen. Ganaremos– piensa. Pero su cálculo sale mal. La población rechaza la reforma en las urnas. El presidente entonces promete nuevos enviones reformistas para despojar a los terratenientes. Los militantes de su causa, aupados por el respaldo del gobierno, empiezan a invadir las tierras y saquearlas. El 90 % de las granjas sucumbe ante las turbas. El país, un exportador neto de alimentos y cuyo desempeño económico depende del éxito de su producción agrícola, ve cómo en poco tiempo el sector colapsa. Los alimentos empiezan a escasear y sus precios a crecer. El gobierno, escéptico de las leyes de la oferta y la demanda, enfrenta la carestía alimenticia con controles de precios. Las transacciones migran a mercados negros. Con la producción por el suelo y su migración a mercados informales, el recaudo del gobierno se derrumba. El sector financiero entra en dificultades: las obligaciones que tenían los antiguos hacendados dejan de pagarse. No demoran en aparecer los rumores de corrupción en las nuevas titulaciones. Ministros y altos funcionarios del gobierno reciben los mejores predios.
El colapso del recaudo encuentra pronto una solución: el Banco Central empieza a imprimir billetes para financiar la operación del gobierno. La inflación, que en la década anterior había navegado en cifras de dos dígitos, empieza a subir. Pasa a tres, luego a cuatro, más tarde a cinco dígitos y no se detiene: el proceso alcanza su pico cuando los precios crecen en un solo año 230 millones por ciento (¡sí, millones!).
Ha pasado más de una década desde ese pico inflacionario y un cuarto de siglo desde el comienzo de los acontecimientos descritos. Los precios en los últimos tres años han aumentados a tasas anuales de 3 dígitos y la actividad económica del país sigue por debajo de la que había 25 años atrás. El país, que era una potencia continental, está sumido en el caos y la pobreza.
La aparente distopía descrita no es ni del futuro ni imaginaria. Narra los hechos ocurridos durante el último cuarto de siglo en Zimbabue. Una historia que arranca con la intención del gobierno de comprar tierras y repartirlas y termina en una repartija violenta, primero tolerada y luego aupada por el gobierno, que se llevó consigo la prosperidad del país.
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