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Enero

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Marc Hofstetter
04 de octubre de 2020 - 05:00 a. m.
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Apenas comienza octubre, pero para muchos es como si el año ya se hubiera acabado.

Los colegios públicos, que terminan año escolar en noviembre, “dejarán así”. No habrá tiempo de volver a la presencialidad: viene una semana de vacaciones, varios puentes y un paro de maestros. Miles de niños terminarán su año escolar habiendo asistido a las aulas durante unas pocas semanas en febrero y marzo. Para muchos de ellos las clases virtuales fueron ciencia ficción: sin equipos ni conexiones apropiadas, el fin de la presencialidad fue también el fin de la escolaridad, el fin de las interacciones con sus pares. Algo similar ocurre con buena parte de la educación técnica y universitaria. El año se terminó a comienzos de marzo.

En los colegios y universidades privados habrá retoños de presencialidad hasta final de año. Pero serán solo eso, retoños: pocos niños y jóvenes que de manera voluntaria asisten algunos días a las aulas. Habrá más protocolos, regaños y extrema supervisión que experiencias académicas y vitales.

Vendrán antes de terminar este año, que será de muy ingrata recordación para la mayoría de familias, semanas en las que los infectados por el virus dejarán de caer, amenazará este con una segunda ronda, afectará zonas que no había visitado. En lo que resta del año seguirá vigente una lista imposible de seguir de reglas, protocolos y prohibiciones, con matices municipales variopintos y volátiles. Muchos emprendimientos estarán agazapados a la espera de tiempos más ciertos para arrancar. Los millones que buscan empleo tenderán a aplazar la búsqueda para el año entrante, cuando el panorama esté más despejado. El empleo y los ingresos de las familias no se recuperarán en ese ambiente. Llegarán primero los villancicos y las novenas por Zoom.

El peligro es que llegue enero, el 2021, ese quiebre psicológico en el que tenemos tantas esperanzas depositadas, pero mantengamos la misma aproximación a la pandemia. El riesgo es que la inercia nos lleve a hacer más de lo mismo: que la educación pública se mantenga cerrada, la privada a medias, los negocios esperando una señal que no llega y lo que funciona esté sometido a una epidemia kafkiana de protocolos que unos tratan de afinar, otros de cumplir y la mayoría de evadir.

Haríamos bien si desde ya nuestros gobernantes se proponen y anuncian que a partir de enero no habrá más prohibiciones a actividad alguna, que se levantan todas las restricciones que han hecho imposible que la vida escolar sea vida escolar, la vida universitaria vida universitaria, la vida familiar vida familiar, la vida laboral vida laboral, la vida vida. La única restricción social que luce razonable en la etapa de los estertores de la pandemia que viviremos en 2021 es el uso de tapabocas en lugares cerrados y las medidas de autocuidado de la población vulnerable. Sobre esa base podremos mirar las ruinas que dejó 2020 y empezar la reconstrucción. Si dejamos que la inercia se imponga, se nos irá 2021 esperando que haya vacuna para cincuenta millones de habitantes.

@mahofste

Conoce más

 

M(80401)04 de octubre de 2020 - 09:56 p. m.
Abrir la sociedad sin restricciones sino solo para los adultos mayores y las personas con comorbilidades es una medida discriminatoria y de eugenesia. Pone la carga del cuidado únicamente en el adulto mayor, quien se ve obligado a aislarse y aumentar su ya existente riesgo de depresión por el aislamiento. Además ignora la realidad de que el anciano cuya familia no se aísla está igual de expuesto.
humberto(4167)04 de octubre de 2020 - 05:35 p. m.
Si vas a conducir evita hacerlo borracho, chateando, revisa frenos, que las llantas no estén lisas, no más de 60km por hora en al ciudad, etc, esto no garantiza que no te puedas morir en un accidente de transito, pero si disminuye el riesgo. En tiempos de pandemia si vas a salir usa tapabocas procura distanciamiento social y lavaté las manos, esto no evita contagio pero disminye el riesgo.
Atenas(06773)04 de octubre de 2020 - 10:28 a. m.
Un aterrizado análisis pa sociedades díscolas como la nuestra, en la cual es imposible cumplir una sencilla sentencia "mano lava mano, y las dos juntas lavan cara". Y quienes hubiesen sido claros ejemplos de cómo hacerlo mejor, optaron por conducirnos a ver quién rapa y blande más sus puños. Nuestro centralismo feroz nos hizo más amenazantes y carisucios.
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