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Habla bien del nuevo ministro de Hacienda y su equipo que al día siguiente de la posesión presidencial tuvieran listo para presentar al Congreso el proyecto de ley de reforma tributaria. También habla bien de él que la lanzara al escrutinio público con mucho tiempo por delante para su discusión: con frecuencia la estrategia en las tributarias ha sido proponerlas con tiempos justos de discusión parlamentaria para minimizar el rol de los lobistas, impidiendo también la participación ciudadana en el debate.
Sobre el contenido del proyecto, el primer elemento que llama la atención es su limitado monto. La propuesta, que con certeza saldrá peluqueada del Congreso, estima un recaudo adicional de 1,7 puntos del PIB, muy lejos de las cifras mencionadas en campaña. La dosis de realismo también es bienvenida.
Cerca de un tercio de ese recaudo saldría de impuestos a los hogares con mayores ingresos y patrimonios. Eso como principio está bien: en Colombia se pagan impuestos personales muy bajos. También son bienvenidas las intenciones de reducir muchas de las excepciones y descuentos que solo podían aprovechar aquellos con ingresos elevados.
Sin embargo, el discurso anclado alrededor de solo poner a pagar a los que tienen rentas de más de $10 millones que ha empujado el proyecto es contraproducente: se cae de su peso que estos deben contribuir más, pero esa apretada de tuercas debería venir acompañada de una ampliación del universo de quienes declaran renta. La reforma podría dejar establecido que primero entran en vigor las medidas centradas en ese 2 % más rico y luego paulatinamente van entrando otros sectores de la sociedad a contribuir, claro, en menor proporción.
En impuestos a las utilidades empresariales hay también una intención bienvenida de reducir los tratamientos especiales a ciertos sectores y los opacos descuentos y excepciones de los que está plagado el estatuto. Faltará ver qué tanta fuerza tiene el Gobierno para tramitar el lobby de cada sector que busca que sus privilegios se mantengan. Ya varios levantaron la mano, algunos con éxito inmediato, argumentando que lo que producen debiera ser sujeto otra vez de una lista de excepciones.
En donde a mi modo de ver se le fueron las luces al Gobierno es en el tratamiento sumado del impuesto a las utilidades empresariales con el de los respectivos impuestos que pagarían sobre esas utilidades sus dueños al recibir dividendos.
La propuesta es que los dividendos entren a tributar como otros ingresos: para montos elevados eso significa una tasa del 39 %. Esa tasa se paga luego de que las utilidades empresariales hayan tributado 35 %. Ambas tasas son excesivas y su suma hará inviable muchas nuevas inversiones, dificultará que podamos competir con el resto del mundo y marchitará emprendimientos. Habrá un enorme premio a la informalidad, a que nuestros negocios no crezcan, a que un desempeño gris les permita eludir semejante descremada.
Corregir la baja tributación de los ingresos de las personas naturales manteniendo la elevadísima tributación empresarial sería una estocada a la prosperidad colectiva, una talanquera al propósito de vivir sabroso.
@mahofste