Se empieza a despejar el humo de las manifestaciones y los gases de los disturbios, y volvemos a ver con claridad el telón de fondo, aquel que sirvió de catalizador del descontento. Su encabezado anuncia que la situación fiscal colombiana es crítica: las funciones que le hemos asignado el Estado no son coherentes con sus ingresos. Si seguimos tensando esa cuerda la podemos reventar con consecuencias nefastas para todos. La peligrosa paradoja es que lo que congregó a los manifestantes es tanto una oposición a pagar más impuestos como la exigencia de más tareas para este raquítico Estado: en ambos extremos de la cuerda, más peso.
El Gobierno acaba de publicar el Marco Fiscal de Mediano Plazo, esa carta de navegación anual con sus proyecciones macroeconómicas a diez años. Las cifras allí reportadas hablan de una gran fragilidad fiscal, a pesar de estar construida sobre varios supuestos que lucen optimistas. Las proyecciones hablan de una paulatina reducción del enorme déficit fiscal y una muy lenta caída de largo plazo en el peso de la deuda pública.
Esos resultados dependen, por ejemplo, de que la modernización de la DIAN suba el recaudo en 10 % a partir de 2023 (ojalá), de que los ingresos asociados al petróleo se mantendrán en más de un punto del PIB durante buena parte de la década (ojalá), de una reforma tributaria que aporte 1,2 % extra (ojalá fuera más) y de que habrá cerca de $20 billones entre este año y el entrante en “optimización de activos” —vaya eufemismo— que deben incluir la adquisición de ISA por parte de Ecopetrol (aquí no digo ojalá, porque esa operación es un esperpento).
Por el lado del gasto, se prevé que los gastos operacionales caerán más de dos puntos porcentuales del PIB (ojalá), que la inversión tendrá aún menos peso del que tenía en 2019 (ojalá que no) y que si bien los gastos en intereses en relación al PIB se subirán —hasta el punto en que cerca de la cuarta parte del recaudo se irá a cubrirlos— solo aumentarán en cerca del 20 % (ojalá) si bien la deuda lo hará en más del 40 %. Esto último luce optimista en un escenario de pérdida de grado de inversión y aumentos futuros en las tasas de interés en Estados Unidos, que tenderán a encarecer los créditos futuros.
La situación fiscal solo se estabilizará, de manera muy lenta, con todos esos “ojalá” prendidos simultáneamente. No es imposible que eso suceda, pero ciertamente habrá en el camino enormes riesgos de que no se cumplan. El más de fondo: la sociedad colombiana no resiste otra década con el grado actual de bienes y servicios provisto por parte del Estado. Si algo debiera quedar de lección de las recientes manifestaciones es justamente ese punto. Al próximo gobierno le quedará la tarea de liderar y llevar a buen puerto el debate necesario para financiar de manera sostenible y justa esas demandas sociales. Ese objetivo requerirá no solo experticia técnica, sino un gran compromiso político. Ojalá los haya. Hay mucho en juego.
@mahofste