En una reciente conversación informal con un combo de adolescentes noté con mucho interés que las jóvenes tenían posiciones mucho más liberales que los hombres. Fuera de la clara brecha, me sorprendió cuán conservadoras eran las posiciones que defendían los hombres, no solo relativas a las que apoyaban sus amigas sino en términos absolutos.
Esa observación anecdótica ha sido documentada en otras partes del mundo. Es claro que se ha abierto en los últimos años una brecha importante en las preferencias políticas entre las mujeres y los hombres jóvenes. Por ejemplo, en Estados Unidos el 56% de los hombres jóvenes votó por Trump mientras que esa cifra apenas llega al 40% entre las mujeres. En el Reino Unido en 2023 casi la cuarta parte de las mujeres jóvenes votaron a los verdes, una cifra más de 10 puntos por encima de sus pares hombres. En Alemania más de la cuarta parte de los varones menores de 25 años apoyaron en las elecciones recientes a la ultraderecha mientras que casi un tercio de las mujeres en esa franja etaria se inclinó por el partido postcomunista.
En España un tercio de los jóvenes hombres menores de 25 años tiene como favorito al partido de ultraderecha, una proporción que dobla la femenina. Si uno suma el apoyo a la ultraderecha con la del partido tradicional de la derecha, el PP, encuentra que el 55% de los hombres jóvenes apoya esa tendencia. En las mujeres ese dato apenas llega al 30%. Estas diferencias son nuevas. Una encuesta de más de tres décadas en la propia España en la que los encuestados definen su preferencia entre izquierda y derecha en una escala de 1 a 10, muestra que los promedios de mujeres y hombres jóvenes eran muy similares hasta hace menos de diez años, momento en se fue abriendo una brecha que no ha parado de crecer.
Esta realidad abre muchas preguntas sobre sus causas y sus consecuencias. Una de las consecuencias tiene que ver con los efectos que esto tendrá sobre las decisiones de fertilidad de los jóvenes como los muestra un reciente estudio de Claudia Goldin de la Universidad de Harvard. Según la investigadora, en escenarios en los que los hombres mantienen ideas tradicionales sobre la familia, mientras que las mujeres buscan nuevas oportunidades laborales, las tasas de natalidad caerán. Por ejemplo, si las mujeres quieren una repartición entre el tiempo necesario para crianza y para el trabajo distribuido de manera más equitativa, pero sus parejas están ancladas a valores más conservadores, esa brecha se reflejará en menores decisiones de fertilidad. Una forma de enfatizar el punto de Goldin es el siguiente: en Japón e Italia, las mujeres hacen unas 3 horas más de trabajo no pagado que los hombres, y sus tasas de natalidad son de 1.4 y 1.3. En cambio, en Suecia, donde la diferencia es solo de 0.8 horas, la tasa de natalidad es de 1.7.
Volviendo al combo adolescente de la conversación de marras, mientras los oía y veía valores tan distintos me preguntaba si se les haría más difícil encontrar pareja que en generaciones previas. Goldin, en todo caso, pronosticaría que su fertilidad será escasa.
@mahofste