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Discute el Congreso por estos días dos temas entrelazados. Por un lado, el monto del presupuesto general de la Nación de 2026 y, por otro, si atado a ese presupuesto aprueba o no una reforma tributaria.
El monto del presupuesto que propuso el gobierno no se debe leer sin sus antecedentes. El primer antecedente es que los ingresos previstos con los que el gobierno justificó el elevado presupuesto hace dos años fueron deliberadamente inflados. Una vez se hizo evidente que el verdadero ingreso sería significativamente menor al previsto, el gobierno acudió a maquillajes contables para no violar la regla fiscal. El año pasado repitieron la dosis, pero esta vez, ante la creciente dificultad de aplicar más pestañina fiscal, decidieron cortar por lo sano: anunciaron que durante tres años no se ceñirían a la regla fiscal—quitaron así el coto que impide a los gobiernos gastar como si no hubiera un mañana.
Para justificar el abandono de la regla presentaron un documento en el que sinceraban las cifras fiscales y proponían un programa de ajuste de las cuentas, lento y cargado sobre gobiernos futuros, pero realista. Esa sincerada duró pocas semanas. A la hora de presentar el presupuesto que se discute ahora en el Congreso, el propio gobierno renegó de los montos más prudentes que había propuesto unas semanas antes y puso a consideración del Congreso otro enorme salto al gasto público junto con una reforma tributaria. Tuvo vida corta la ilusión de tener algún atisbo de responsabilidad fiscal. El presupuesto lo discuten simultáneamente cuatro comisiones del Congreso y solo si las cuatro lo rechazan debe el gobierno cambiarlo. Salvo una enorme sorpresa, el monto estrafalario propuesto será, por tanto, el aprobado.
¿Y la tributaria? La senda de gasto público en la que está embarcada Colombia es insostenible. Sin duda hay que hacer una reforma tributaria severa más pronto que tarde. Algunos dicen que es mejor comenzar la tarea desde ahora. En mi opinión, una reforma solo debía ser discutida de la mano de un plan de ajuste también muy severo al gasto público. Ese ajuste no se puede limitar a quitar la grasa del Estado—reducir cargos públicos y entidades inocuas o duplicadas o afinando la lucha contra la corrupción. Esas tareas hay que hacerlas, pero ese ahorro, como aprendió a las malas Musk en Estados Unidos, es marginal. El debate que tendremos que dar es mucho más complejo: la suma de todos los subsidios, derechos nuestros y obligaciones de Estado que hemos ido aprobándonos durante décadas son, en este punto, incompatibles con la billetera: para que fueran compatibles tendríamos que pagar 25% más de impuestos relativos a los que pagamos hoy. Esa reforma es imposible.
La combinación que tendremos mientras hay un cambio de gobierno que junte las necesidades de ajuste del gasto con las de mayores ingresos, es el presupuesto obeso que el gobierno presentó y sin reforma tributaria porque el congreso difícilmente se va a apuntar a esa iniciativa. Pero la tarea que quedará por hacer a partir del 7 de agosto de 2026 será monumental.
X: @mahofste
