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Un agudo analista decía hace unos años que la Ley 100 de 1993 —que diseñó los principios que rigen nuestros sistemas de salud y pensional— le había dado mucho a todos en el frente de sanidad y mucho a unos pocos privilegiados en el pensional. Yo agregaría a esa paradoja una adicional: en sanidad, esa gran cobija que abriga a tantos de buena manera lo hace a un costo sostenible fiscal y de bolsillo de sus usuarios.
En cambio, la cobija pensional, que les ha dado tanto a unos pocos, es una bomba fiscal que no ha acabado de explotar porque —logro ruin— cubre solo a unos pocos. Si la extendiéramos a toda la población no habría cómo pagar esa factura.
Ambos sectores tienen uno transversal por detrás que los nutre con sus contribuciones: el laboral. En los tres frentes hay una ambiciosa agenda de reformas en marcha.
Con un sentido de las prioridades imposible de entender, el Gobierno se empeñó en darle un vuelco al sistema de salud, que le ha costado hasta ahora dos crisis ministeriales y su coalición de gobierno. Y los costos del esfuerzo no pararán ahí. Hay al menos tres más.
Primero, la reforma está montada sobre la esperanza de una capacidad estatal que no existe ni se puede montar en los plazos necesarios, lo cual redundará en un retroceso en los servicios que los ciudadanos recibiremos.
Segundo, el diseño que permitió que los gastos del sistema se hayan mantenido controlados se evaporará. Esos dos puntos le rebotarán políticamente a quienes apoyen la reforma en plazos muy cortos.
Y tercero, todo el esfuerzo será vano si al final del proceso, como muchos lo han advertido, concluimos que la reforma fue tramitada de manera incorrecta y la Corte Constitucional termina echándola para atrás.
Por delante de la reforma pensional marcha también la laboral. El sistema laboral funciona mal y dos indicadores lo resumen bien: tenemos la tercera tasa de desempleo más alta entre más de 20 países de América Latina y más de la mitad de nuestros trabajadores labora en la informalidad. Pero la reforma laboral no tiene la vista puesta en esos problemas, sino en cómo mejorar las condiciones de la élite que ya tiene trabajos formales.
Al poner el acelerador en la locomotora en la que estamos subidos quienes tenemos esos trabajos, los desempleados e informales y los futuros trabajadores habrán de correr más rápido para tratar de subirse a nuestro cómodo vagón. No se entiende que un gobierno de izquierda no tenga la vista puesta en los que corren detrás, sino en acelerar la locomotora.
Y por detrás de una reforma a la salud que no deberíamos estar tramitando, de una laboral que pone el foco donde no se necesita, apenas asoma la cabeza la pensional, esa sí empujando el país hacia uno más justo, donde dejaríamos de darles mucho a unos pocos.
@mahofste
