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El presidente electo de Argentina fue inventado y financiado en su ascenso político por el hombre más rico del país. Su consigna es la libertad, la libertad de mercados, en la que confunde el ser liberal político con el neoliberalismo privatizador. Con estas propuestas captó la bronca que direccionó el voto de parte de los más jóvenes y los miedos de las capas medias, no así la opción de los y las trabajadoras y sectores populares que se agrupan en el gran Buenos Aires y su provincia. Fue una nueva expresión de los estallidos sociales periódicos que se desatan en Argentina, consecuencia de un modelo de desarrollo que intenta proteger la producción nacional y favorecer a los más pobres y excluidos, pero no puede, o no quiere, afrontar reformas de fondo. Se queda sometido al marco global de una economía mundializada, dominada por el capital financiero y los grupos transnacionales.
Esta vez fue un estallido electoral que le cobra, tanto a la derecha tradicional –que al final definió el triunfo– como al peronismo en su expresión más vacilante expresada por el presidente actual, su incapacidad para salir de los límites de los “ajustes” y los “marcos fiscales” monetaristas que impone el FMI. El futuro con Milei será aumentar la deuda externa, que junto con los recursos de la privatización el petróleo de Vaca Muerta y los yacimientos de litio, le permitan sostener transitoriamente la dolarización anunciada. Habrá un período de “plata dulce” que se derrumbará cuando se acaben estos fondos, la deuda sea impagable y la crisis salga a la calle.
Esta derrota del peronismo es consecuencia de las contradicciones políticas que siempre tuvo en su interior, considerando que hasta Macri fue peronista, las que tenderán a definirse en los próximos años. La repetición de su triunfo en la provincia de Buenos Aires muestra que hay opciones de futuro y que no le será fácil a Milei la tarea sucia de acabar con los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales y sus enfoques diferenciales.
Los casos son repetitivos, Brasil con Bolsonaro, El Salvador con Bukele, Chile con Kast y ahora Argentina con Milei. Todos personajes antipolíticos que se presentan como desconectados de los partidos tradicionales –sean de derecha, de centro derecha o progresistas–, acusándolos de las crisis económicas y sus consecuencias sociales, negando su origen. Ya en Colombia tuvimos un adelanto con el brillante ingeniero apoyado finalmente por la extrema derecha. Precedieron a gobiernos progresistas que, a la hora de los cambios transformadores, poco convocaron a la participación decisoria de la sociedad civil y quedaron presos de las interminables maniobras negacionistas de Congresos controlados por las derechas, tarea a la que se suma el apoyo de grandes medios de comunicación, artífices de estos inventos que arrastran a una parte de los sectores que pierden, con razones, la esperanza.
Una conclusión inicial nos dice que, si la transición no avanza con la inclusión democrática empoderada de las comunidades y si no se deja claro quiénes son los que la impiden, se convierte en transición regresiva. Se puede decir fácilmente que no hay salidas intermedias y que se requiere cambiar de modelo económico, pero lo que enseñan esas experiencias es que, hoy, ningún país por sí solo logra romper con ese orden dominante sin sufrir las consecuencias, de lo cual hay heroicos y también dolorosos ejemplos. Se requiere fortalecer la unidad de sus fuerzas políticas y sociales junto con una integración latinoamericana y caribeña que pase a concretar los ejes que están en la agenda exterior del gobierno, para abordarlos y renegociarlos en conjunto: deuda externa; moneda única y banca común; recursos energéticos y protección de la naturaleza; guerra antinarcóticos; reformas agrarias con apoyos mutuos; proyectos asociativos de producción y tecnologías, contando con los BRICS y otras, que impulsen las transiciones hacia el buen vivir.
