Así comenzaba el cántico, repitiendo dos veces el nombre del país, que se convirtió en símbolo de una de las mayores tragedias humanitarias creadas por el hombre. Esta melodía fue entonada por la cantante y activista estadounidense Joan Báez en honor a los millones de víctimas bengalíes durante la guerra de Secesión de 1971, cuando Pakistán Oriental, con la ayuda de India, se separó de su contraparte occidental, dando origen al nuevo Estado de Bangladesh.
Este país, ubicado en la parte nororiental del subcontinente indio, cuenta con una población de 170 millones de habitantes, en su mayoría musulmanes y étnicamente bengalíes. En su capital, Dhaka, fue fundada en 1906 la Liga Musulmana, impulsada por los ingleses aplicando su doctrina de “divide y vencerás”, fomentando el conflicto entre hindúes y musulmanes bajo el liderazgo de Mohamed Ali Jinnah, la Liga Musulmana fue clave cuatro décadas después en la partición de la India y la creación de Pakistán para los musulmanes del subcontinente.
La historia de Bangladesh, con su milenaria cultura e idioma, ha sido tan turbulenta como su independencia. Al igual que en sus vecinos del subcontinente, las dinastías familiares se han afianzado en el poder, pasando el relevo en los palacios de gobierno, ya sean hombres o mujeres. Además, los magnicidios han sido una característica común en la región.
En India, la dinastía Nehru-Gandhi, de la cual Raúl Gandhi, cuarta generación, es el líder del partido del Congreso y actualmente en la oposición. En Pakistán, la dinastía Bhutto de la que sobresale Benzir asesinada en 2007. En Bangladesh, la dinastía del prócer de la independencia Sheikh Mujibur Rahman, asesinado en un golpe militar, fue seguida por su hija, Sheikh Hasina, quien gobernó el país durante los últimos 16 años hasta ser derrocada en estos días por los militares, tras semanas de masivas protestas estudiantiles.
A diferencia de India, que ha mantenido su democracia parlamentaria intacta, salvo un breve período de gobierno por decreto bajo Indira Gandhi, Pakistán y Bangladesh han experimentado una historia fragmentada de golpes militares, fraudes electorales, nepotismo, corrupción y gobiernos civiles inestables. En ambos países hay presencia de grupos radicales islámicos.
La economía de Bangladesh creció significativamente bajo el gobierno de Hasina, principalmente gracias a la industria de la confección, la segunda a nivel mundial solo detrás de China, con un volumen anual de exportaciones de unos 50 mil millones de dólares. Sin embargo, las precarias condiciones de trabajo en las fábricas de ropa, que han sido escenario de incendios y derrumbes con miles de víctimas, son bien conocidas.
Hasina, cuya perdición fue el querer perpetuarse en el poder, no le quedo más que encaramarse en un helicóptero con destino a India, dejando al país sumido en el caos. Bandas de desadaptados saquean almacenes, incendian templos hinduistas y destruyen propiedades vinculadas a la ex primera ministra. Yihadistas se benefician de la confusión, mientras que grupos paramilitares actúan a sus anchas. Los militares, temerosos de comprometer su estatus como principales proveedores de soldados para las fuerzas de la ONU, evitan intervenir directamente.
El Nobel de Paz bengalí, Mohamed Yunus, ha asumido por invitación de los militares y los estudiantes como la cabeza del gobierno interino que deberá crear las condiciones para una transición hacia unas elecciones libres. Los retos son enormes en un mundo con una geopolítica absolutamente alebrestada.
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