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Por muchos años, después de la Primera Guerra Mundial y hasta quizás el 11 de septiembre, los Estados fueron los principales y casi únicos actores en el sistema internacional, incluyendo su rol en los organismos multilaterales constituidos alrededor del Estado como su unidad atómica.
Tras el fin de la Guerra Fría aparecen otros actores que, si bien ya existían, comienzan a rivalizar con el Estado en la geopolítica global. Entre estos actores no estatales cabe mencionar el terrorismo transnacional, el crimen organizado, las ONG de todo tipo, el sistema financiero, las religiones y sus organizaciones representativas, insurgencias, las ciudades, piratas cibernéticos apoyados por Estados, grupos paramilitares al servicio de las potencias y las grandes multinacionales.
Pero son las grandes empresas tecnológicas –“Big Tech”–, muy pocas, las que juegan un rol central en la geopolítica global del tercer milenio, para bien y para mal. La mayoría son norteamericanas, como Meta, Amazon, Apple, X, Google, Netflix, Nvidia, Microsoft y Oracle; y algunas chinas, como TikTok, Huawei y Temu. Estas tecnológicas han concentrado, casi monopolizado, el desarrollo y difusión de la inteligencia artificial. Además, han abierto nuevas oportunidades de progreso a millones de seres humanos y empoderado a cada persona en el planeta que tenga en sus manos un teléfono inteligente.
Arrecia una confrontación entre “Big Tech” y los Estados. Pocos días después del fraudulento triunfo de Maduro en las elecciones venezolanas del 28 de julio, el régimen ordenó a las empresas de telecomunicaciones bloquear el acceso a la plataforma X, antes Twitter. Semanas después, Brasil hacía lo propio, con la justificación leguleya de que la empresa no había “nombrado un representante legal” en el país, hasta que, tras un mes de bloqueo, la Corte Suprema levantó la prohibición a la plataforma de Elon Musk.
Durante la toma del Capitolio en Washington, el 6 de enero de 2021, Facebook y Twitter suspendieron la cuenta del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien estaba apoyando a los insurrectos. A su vez, Google, Amazon y Apple adoptaron medidas similares contra el primer mandatario de la principal potencia mundial. Así, decisiones con efectos políticos trascendentales fueron tomadas por Zuckerberg, Bezos, Dorsey y otros, en lugar de funcionarios estatales. Queda la duda de si Twitter, en poder de Musk, hubiera hecho lo propio.
La Primavera Árabe no se explica sin el rol que tuvo Facebook para convocar las protestas, mientras que la misma empresa fue acusada por Naciones Unidas de negligencia en el genocidio de los rohinyá en Myanmar. TikTok, la red social perteneciente al grupo chino ByteDance, ha sido prohibida en India y su uso ha sido limitado en varios Estados. Al ser la red favorecida por los más jóvenes, ha sido señalada de fomentar causas radicales, noticias falsas, matoneo extremo y adicción nociva.
Son múltiples las disputas entre las grandes multinacionales tecnológicas y los Estados, las cuales abarcan estándares, privacidad, impuestos, monopolios, prácticas comerciales abusivas, fomento del odio y el racismo, ingeniería social, noticias falsas y asalto a la soberanía. Los intentos de algunos Estados y de la Unión Europea por limitar la influencia de “Big Tech” se han estrellado con zonas grises en la legislación local e internacional o con Estados débiles, incapaces de enfrentarlas.
Ian Bremmer, fundador del grupo de análisis de riesgo Eurasia, describe el “espacio digital” como uno donde las grandes tecnológicas compiten entre sí, establecen relaciones internacionales y responden a los accionistas, empleados y clientes, no a sus Estados nativos. En la intersección entre el espacio digital y el mundo real se dan los conflictos entre los Estados y las tecnológicas, a la vez que, en la competencia entre potencias, especialmente entre China y Estados Unidos, las grandes tecnológicas hacen parte del arsenal de cada una de ellas.
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