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Quizás es una contradicción hablar de una geopolítica descuadernada, pues no existe un orden específico que la pueda determinar por su naturaleza a ratos caótica, a ratos en una calma chicha. Pero, sin lugar a dudas, en la tercera década del tercer milenio estamos pasando por una era de transición con fuertes sacudidas al final de las cuales lo único que hay es incertidumbre. No es una sola geopolítica, sino varias en diferentes regiones con puntos de intersección que hacen más complejos los fenómenos por los que la Tierra transita.
Competencia entre potencias, falta de consensos y cooperación en asuntos básicos de la agenda global, inoperancia de las instituciones internacionales, polarización política principalmente en sociedades democráticas, clases medias que pierden su zona de confort, nacionalismos y política de identidad desaforados, migración, desigualdad tecnológica, protagonismo geopolítico de las grandes empresas tecnológicas y de actores no estatales, fragilidad de los Estados e incapacidad de responder a las crecientes demandas de sus ciudadanos y retorno de las guerras entre Estados, son fenómenos que caracterizan el quehacer geopolítico en estos tiempos.
Igualmente, los desafíos planteados por la tecnología y la Inteligencia artificial a sociedades, gobiernos y Estados, guerras comerciales y cambio climático frente a cuya solución hay pocos consensos. En general persiste un sentido de desesperanza ante el futuro del mundo, como indican diversas encuestas del informe de riesgos globales 2024 del Foro Económico Global.
La llegada de Trump al poder en su segunda versión, mucho más ordenado, enfocado, determinado y seguro de sí mismo que en su anterior periplo, sin oposición real en ninguno de los estamentos de poder, está generando fuertes tremores a lo largo y ancho del planeta, agregando al caos y al desorden. El ataque frontal a lo que Trump denomina el “Deep State” comandado por su principal alfil, el ubicuo Elon Musk, apunta a una reinvención de la institución del Estado, que por venir de la mayor potencia mundial reverbera por doquier. Sus discursos “imperialistas”, que en su primer mandato era recibidos con jocosidad, en esta oportunidad son tomados en serio como los casos Groenlandia, Panamá, Canadá.
Las salvas disparadas por Trump en forma de amenaza de guerra comercial para doblegar a quien se oponga en sus designios dieron como resultado concesiones por parte de Colombia, Canadá y México y sentaron precedente. Panamá, por su lado, con la espada de Damocles sobre su canal, se apresuró a cancelar su cooperación con China en el marco de la iniciativa “Belt and Road”. La guerra contra USAID, una de las principales herramientas de poder blando americano, demuestra la tendencia aislacionista del MAGA y el desdén por lo que ocurra en el planeta con los riesgos que esto conlleva.
El enfrentamiento en múltiples escenarios entre Estados Unidos y China —Taiwán, el Pacífico, tecnología, disputas comerciales, estándares tecnológicos y posturas opuestas en las Naciones Unidas— sirve de trasfondo a la disputa entre democracia liberal y autoritarios para que los primeros se arropen en la burbuja de Occidente, mientras que los segundos en su par centrada en Beijing y Moscú.
Aún no hay certeza si este orden post Guerra Fría colapsará en un cataclismo global o se desmoronará lentamente a través de eventos que alterarán la geopolítica hacia un modelo diferente, anárquico e impredecible. En un editorial conjunto publicado en el Financial Times de Londres el 7 de septiembre de 2024, los jefes de los servicios de inteligencia británico (MI6) y estadounidense (CIA), Richard Moore y William Burns, respectivamente, indican que “el orden internacional se encuentra bajo la más seria amenaza desde el fin de la Guerra Fría”.
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