Se demostró una vez más en la reciente cumbre de CELAC-UE en Santa Marta que Latinoamérica sigue siendo lo que siempre ha sido: un continente fragmentado, lo que le ha impedido convertirse en un jugador geopolítico de peso. En ninguno de los temas centrales de la agenda global hay consenso, menos aún en los referentes a la región. La declaración final de 52 puntos tuvo varios disensos en los temas claves como la defensa de la democracia y los derechos humanos, las guerras en Ucrania y Gaza, los objetivos del milenio, el embargo a Cuba, la reforma de la ONU y la migración, entre otros.
Cabría quizás la manida frase “Según el desayuno se sabe cómo será el almuerzo” para referirse a la integración latinoamericana. Fue en 1826 cuando Bolívar, presidente entonces de Colombia (conocida coloquialmente como la Gran Colombia), convocó en ciudad de Panamá, el “congreso anfictiónico”, con el objetivo de lograr la unidad de las recién liberadas provincias españolas de América. El libertador excluyó de la lista de invitados a Estados Unidos y al “imperio” de Brasil. A pesar de las buenas intenciones, el congreso fue un absoluto fracaso, la tal integración latinoamericana no se logró, doscientos años después no se ha logrado y el continente permanece fragmentado y dividido. En el contexto geopolítico global, América Latina no existe.
Frente a los monumentales problemas que enfrenta la región en la tercera década del tercer milenio no hay concertadas acciones comunes. Una región caracterizada por frágil gobernanza, polarización, democracias endebles, criminalidad, desigualdad, economías disfuncionales, magro progreso comparado con los países asiáticos, baja inversión, corrupción, necrofilia ideológica y rompimiento entre gobernados y gobernantes, entre otros. No hay claridad conjunta de cómo enfrentar la actual geopolítica marcada por la competencia de potencias ni cómo crear un bloque económico que haga uso de las ventajas competitivas de cada Estado para potenciar la región.
Los países latinoamericanos han sido incapaces de establecer una agenda común, pragmática, minimalista, centrada alrededor de valores democráticos básicos, desarrollo social, económico y de infraestructura. No hay ni siquiera una carretera. Hay que recordar que la Unión Europea nació como un acuerdo mínimo de seis países sobre el acero y el carbón. El eje franco-alemán sería la clave para promover la unidad europea, algo de lo que adolecemos por estos lares.
El reciente rompimiento de relaciones diplomáticas entre Perú y México, que ya venían deterioradas desde AMLO, afecta sustancialmente a la Alianza del Pacífico uno de los pocos entes regionales de integración que operaban positivamente. América Latina y el Caribe tienen dos puestos en el Consejo de Seguridad, pero muy rara vez actúan conjuntamente para avanzar los intereses regionales. A partir del 2026 esos dos países serán Colombia y Panamá, que poco tienen en común en su política exterior y los veremos en orillas opuestas en las votaciones del organismo.
La política exterior de los países del continente dejó de ser de Estado para moverse a los vaivenes de los gobiernos. Basta sólo ver los cambios abruptos de Bolsonaro a Lula, Fernández a Milei, Peña Nieto a AMLO, Duque a Petro y los que vienen en Bolivia con el nuevo presidente Paz y en Chile si gana la oposición de derecha, como indican las encuestas. Uruguay, Costa Rica, República Dominicana y Panamá son quizás islotes de estabilidad social y política en el gris panorama continental.
Acercándonos al bicentenario del fracasado Congreso Anfictiónico poco hemos avanzado en la “unidad de los pueblos de América” como pregonaba Bolívar.
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