Hace un año, en su mitin en la plaza de Bolívar, el presidente Gustavo Petro anunció el rompimiento de relaciones diplomáticas con Israel, tras dos previos amagues. Aún no sabemos si fue un anuncio producto del calor del momento o si fue una acción deliberada y planeada con anterioridad. Esa misma noche la Cancillería, quizás cogida fuera de base, se apresuró a emitir un comunicado aclarando los alcances del malhadado anuncio presidencial. Al final el rompimiento no fue total y se mantuvieron sendas misiones consulares en ambos países, al igual que otros componentes positivos de las históricas relaciones entre estos.
El rompimiento de las relaciones con Israel constituye uno de los grades yerros de la política exterior colombiana en la era Petro. Además de lo injusto, pues acusa a Israel por una guerra que no comenzó ni quiso, que fue la víctima de una masacre brutal que dejó 1.200 seres humanos asesinados y 251 secuestrados, 59 de los cuales aún permanecen en cautiverio. Existen herramientas en la diplomacia para manifestar desavenencias con un gobierno de un país amigo, incluso si estas son consideradas muy graves, sin que se llegue al extremo de romper relaciones diplomáticas. Para eso están los llamados a consultas, notas diplomáticas, incluso declarar a un embajador persona non grata.
Gobiernos que han sido sumamente críticos de Israel como los de Suráfrica, Turquía, Chile, Brasil, España e Irlanda mantienen sus relaciones diplomáticas pues entienden la necesidad de conservar una interlocución con el Estado judío.
El presidente Petro perdió esa interlocución sin la cual se limita seriamente su accionar en el plano internacional respecto al conflicto del Medio Oriente. De América Latina solo dos países sin peso alguno en el concierto internacional, Bolivia y Belice, rompieron relaciones casi que inexistentes con Israel, caso contrario al de Colombia cuyas relaciones con Jerusalén son de vieja data, de hondo calado y de enormes beneficios para el país y para los colombianos.
Ni un solo palestino está mejor hoy por las acciones del presidente Petro contra Israel, pero sí gran cantidad de colombianos se han visto perjudicados, incluyendo, entre otros, trabajadores del carbón. Adicionalmente, se han visto afectados proyectos de cooperación, aunque algunos continúan, y la inversión de Israel en Colombia en proyectos de alta tecnología favorecida por el TLC entre los dos países que, aunque sigue vigente, su dinámica se afecta negativamente al no existir relaciones diplomáticas.
Israel ha sido un gran aliado de Colombia en la lucha contra el crimen y, junto con Estados Unidos, conformaron una alianza esencial para enfrentar sus distintas modalidades. Miles de conciudadanos se han beneficiado de becas otorgadas por el Estado judío. Israel está en capacidad de hacer importantes aportes a Colombia en proyectos que son del resorte del presidente: agua, agricultura sostenible, energías renovables, medio ambiente, además de ciberseguridad e Inteligencia Artificial, campos en los que Israel es líder indiscutible.
Una de las banderas del presidente Petro es la paz mundial; ha reiterado su apoyo a la solución de dos Estados y su deseo de intervenir en un proceso de paz y convivencia en la región. Sin interlocución con Israel, esto es poco menos que imposible, lo cual sería una pena en momentos en que le región se estaría encaminando a una expansión de los acuerdos de Abraham que, en un futuro cercano, podrían incluir a Arabia Saudita, Siria, Líbano y otros países. El medio oriente geopolítico hoy es otro muy diferente al del 6 de octubre de 2023 y cuando la guerra en Gaza concluya, esperemos que pronto, se abren grandes oportunidades diplomáticas, económicas y de toda índole. Colombia debe estar ahí.
Es hora de que el presidente reestablezca las relaciones diplomáticas con Israel para beneficio propio y de Colombia.
