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Queda mucho por comentar de la más reciente actualización del Diccionario de la lengua española (DLE). Al cierre de la columna pasada, mencioné que «outsider» es un ejemplo del influjo de la realidad política en la lengua. Aunque el DLE se limita a definirlo como ‘persona que se encuentra en una posición marginal o no está integrada en un grupo determinado’, es claro que su uso se da principalmente en el ámbito político, sobre todo para hablar de candidatos o gobernantes que hicieron su carrera lejos de la política, o al menos de la política tradicional, como Donald Trump o Javier Milei.
En los comentarios de los lectores, también vi mucha inconformidad con la inclusión de tantos extranjerismos crudos. Si bien eso puede ser chocante, se le podría reconocer a la Real Academia Española (RAE) su especie de acto de humildad, pues admite que forzar adaptaciones sale mal. Es el caso, por ejemplo, de «güisqui», que, como lo confiesa Santiago Muñoz, presidente de la RAE, fue un «fracaso total». Recordemos que las academias actúan como notarias de la lengua: si los hablantes usan las palabras como se pronuncian y escriben en sus lenguas de origen, predominantemente el inglés, quizá la mejor alternativa efectivamente sea incluirlas de esa manera.
De nuevo se me acaba el espacio, pero no quisiera dejar de mencionar un par de datos. «Brutal» ahora acoge la acepción ‘magnífico’ o ‘maravilloso’, es decir, todo lo contrario a sus acepciones anteriores. Finalmente, en el acto de presentación de la actualización, que precede a la 24.ª edición del diccionario el próximo año, Elena Zamora, responsable del Instituto de Lexicografía, contó que se encuentran estudiando la palabra «bro», acortamiento del anglicismo «brother», muy común entre los jóvenes para llamarse unos a otros. Está por verse si quedará documentado en el repertorio.
