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Mi amigo Germán se anima a jugar fútbol cuando hace «solcito»; un señor en la panadería de mi barrio, hace unos días, pedía «otro panecito». Yo, en cambio, extraño el «solecito» en Bogotá y podría pedir un «pancito» tanto como «un panecito»; no sé muy bien de qué depende (la sociolingüística con seguridad sí).
En todo caso, creo que no reparamos lo suficiente en los diminutivos: unos sufijos —mucho hablamos aquí de los prefijos, pero casi nunca de los sufijos— que nos sirven para reducir el tamaño de las cosas («te traje un detallito»), el tiempo («ahorita voy») y hasta la calidad de las personas («él es como malito»), pero también para expresar afecto o cariño («estoy con mi abuelita»).
Como vemos, se aplican a sustantivos («detallito»), adjetivos («malito») o adverbios («ahorita»). También, existen varias formas para marcarlos: además de «-ito» e «-ita», están «-illo», «-illa», «-ica», «-ico», «-ín», entre otros. Además, rara vez encontraremos en los diccionarios generales palabras en diminutivo, salvo, por ejemplo, que tengan un significado léxico como «estampilla» (que no es lo mismo que una estampa pequeña).
Sobre cómo se forman, no se sorprendan si, como también es frecuente en este espacio, decimos que depende. Quienes estudian estos temas nos han enseñado que depende de la zona y tal vez hasta de la generación. Mientras en una parte puede ser más común decir «dame la manito (o manita)», en otra lo usual puede ser «manecita». Asimismo, en Colombia, mientras «un ratico» o «fiestica» nos puede parecer normal, «gorrico» (en vez de «gorrito») nos puede sonar extraño. Sin embargo, hay zonas de España en donde no lo sería tanto.
Por falta de espacio, en la próxima columna hablaremos de algunas precisiones ortográficas relacionadas con los diminutivos.
mmedina@elespectador.com, @alejandra_mdn
