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No podría escribir la columna semanal sin rendir un homenaje a don Gabriel Escobar Gaviria, más conocido en estas páginas como Sófocles.
Aunque de sus textos fui una lectora tardía, por lo menos en comparación con muchos de ustedes, desde el primer momento me fascinaron la dedicación y la destreza que eran evidentes en cada cacería.
Me dio material para hablar y discutir con amigos, y entre él y yo hubo varias conversaciones imaginarias: algunas con acuerdos, como el de preferir alternativas o adaptaciones en español por encima de innecesarios extranjerismos; en otras hubo desacuerdos, por ejemplo, en torno a la que a veces me parecía una excesiva economía o rigidez del lenguaje.
Semanalmente nos recordaba a los de las comillas angulares que no estamos solos en el mundo, que una coma vocativa le puede devolver el alma a una frase y que, aunque señalemos un gazapo una y otra vez (y otra más), la de la ortografía no será nunca una causa perdida.
En noviembre de 2020, de hacerle barra con el periódico en la mano, pasé al otro lado: recibí la honrosa tarea de continuar con el espacio que él ocupó incansablemente durante casi 30 años. Lo he hecho con un estilo diferente. Espero no equivocarme mucho y, como él, tener la nobleza de reconocerlo cuando ocurra.
Que ahora, además de las de Argos, perduren las enseñanzas de Sófocles y haya paz en su tumba.
mmedina@elespectador.com, @alejandra_mdn
