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Varias novedades llamaron mi atención en la más reciente actualización del Diccionario de la lengua española (DLE), presentada el pasado 20 de diciembre. Por supuesto, entre esas estuvo la introducción de «garciamarquiano», con la acepción «perteneciente o relativo a Gabriel García Márquez, escritor colombiano, o a su obra», entre otras.
Como ya es usual, la tecnología (o lo relacionado con ella) fue protagonista en esta actualización, lo que, una vez más, nos recuerda que la lengua cambia y que el rol de las academias es documentar esa transformación. Se introdujo «ciberpunk» (pronunciado tal y como se escribe; es decir, no como «cyber» —en inglés—). «Encriptación», junto con sus derivados, y «puntocom» también forman parte de la lista de adiciones. Por fin se introdujo «videojugador», seguramente para combatir el extranjerismo «gamer», que, no obstante, parece ya asentado.
Se añadieron formas complejas como «minería de datos» y otras que quizá tardaron en llegar al diccionario, como «comercio electrónico» y «obsolescencia programada».
Al margen del entorno tecnológico, entre mis favoritas está la adición de los acortamientos «ma» y «pa» (para referirse a la mamá o al papá), que ojalá sirva para recordarnos (como lo he hecho con insistencia en este espacio) que no llevan tilde ni apóstrofo. También quisiera destacar la introducción de «direccionar», por ser una muestra más de que palabras que eran consideradas innecesarias o impropias se terminan abriendo paso en los diccionarios a causa de su innegable asentamiento. De nuevo: esto no significa que la palabra exista desde ahora, por haber sido incluida en el diccionario, sino que precisamente, por existir, ha sido documentada.
