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Aprovecharé esta columna para ponerme al día con una sugerencia de Lorenzo Madrigal que postergué demasiado: el uso de la expresión «malaya».
No debe confundirse con el adjetivo «malaya» («malayo», en masculino), que hace referencia a las personas o cosas relativas o pertenecientes a Malasia: «Malaysia Airlines, la aerolínea malaya (o “malasia”) cuyo vuelo 370 cumplirá 10 años desaparecido el próximo viernes».
Como interjección («¡malaya!»), por otro lado, ha tenido varios usos. En algunos países, principalmente de Centroamérica, se emplea para expresar enojo o frustración. Seguida de «sea», de hecho, se dice como maldición: «¡Malaya sea mi suerte!».
En Colombia, más bien, se ha documentado como una palabra «para expresar añoranza o deseo vehemente». Con el mismo sentido, aunque en desuso, el Diccionario de americanismos la registra precedida de otra interjección, «ah»; incluso, anota la grafía «¡amalaya!». Cuéntenme si usan o han escuchado sobre alguna de estas formas.
Mención aparte merece una de las noticias de la semana pasada: la prohibición del lenguaje inclusivo en el sector público argentino. No repetiré aquí lo que ya he dicho al respecto, pero sí parafrasearé un comentario que leí en redes sociales: decretar su prohibición es tan absurdo como decretar su uso.
Tan viva e inacabada está la lengua que en español hay una palabra ―que en días recientes se hizo viral (otra vez)― que se puede pronunciar, mas no escribir. ¿Saben cuál es?
