Qué personajes tan particulares son nuestros líderes políticos y en general quienes ostentan alguna condición de poder o influencia. En lo que se parecería al fin del estoicismo, que es tan admirable como escaso, pululan las personalidades que representan la instauración del régimen del histrionismo. Pero no tenemos figuras histriónicas a secas, sería demasiado aburrido. Nuestras figuras combinan esos rasgos con el complejo de víctima-mártir; esa mezcla bien revuelta los convierte en héroes que se ponen la capa en la sala de alertas de las redes sociales y esto los catapulta a la compasión, la solidaridad, la empatía y finalmente al reconocimiento y la recompensa.
Los hay de ambos sexos, pero, como en la película de Barbie, los hombres se llevan el trofeo del melodrama. Pongamos dos nombres que protagonizan hoy la escena nacional: el presidente Gustavo Petro y el fiscal Francisco Barbosa.
Petro, de quien sabemos que es un pensador, lector, orador y analista social permanente que sufre con su timidez, por lo que su histrionismo no es tan notorio, tiene sin embargo otras maneras de tomar ventaja usando la victimización a través de la grandilocuencia que les imprime a sus frustraciones como humano, gobernante, luchador y revolucionario cuando sale al balcón o a una universidad francesa. Y cuando se pierde, ¡ay, cuando se pierde! Qué pereza, presidente, con todo el respeto, ya se volvió aburrido. Recuerdo la mención sobre una abuela santandereana que les decía a los nietos: “Sea macho y deje de babear”. Ese hombre, víctima y mártir por querer hacer y no poder, y por sucumbir anímicamente ante las críticas de los victimarios, está lejos del héroe del cambio que se ha propuesto negociar con los armados de manera simultánea, disminuir la desigualad, encaminar el planeta para salvarlo de su destrucción y darle al campo una productividad de ensoñación. Entonces, manos al timón y pies en el acelerador.
La ciencia de la psicología humana ha determinado que algunos rasgos de quienes tienen este complejo se identifican porque se adjudican el ser buenas personas, desean ser validados por los demás y la imagen de persona sacrificada y acongojada les sienta bien.
El superfiscal Francisco Barbosa parece campeón en esta categoría, porque está en la recta final como todopoderoso y no tiene tiempo que perder. Barbosa ha crecido en paralelo al ejercicio de su rol —normalmente un fiscal llega ya maduro a esa jerarquía de poder, eso ya lo hemos asumido en el pasado en la Presidencia y así nos fue— y tiene un rasgo de vanidad indiscutible: tiene fotos suyas como cuadros de decoración en todo el búnker, él es el único que ha leído millares de libros, el más precoz de los abogados, el más estudioso, único e irrepetible. Sus puestas en escena son de serie gringa de policías y criminales, en sus charlas off the record una de sus frases favoritas es: “Los voy a meter a la cárcel”. En sus declaraciones públicas le encanta evocar su defensa de “la institucionalidad y el Estado de derecho”, según él, en riesgo permanente, y esto lo transporta al pedestal de los estadistas. Está convencido de que siendo el villano del presidente será el héroe nacional. Yo creo que todas las noches se lo repite a sí mismo. Menos mal que tiene detrás una institución enorme que ha sobrevivido a la maldición que transforma en personajes de Marvel a los seres que se sientan en el emblemático despacho del fiscal.
Es muy atrevido calificar a los seres humanos que adquieren esos hábitos, porque todos los humanos tienen esa tentación de resolver problemas o inseguridades, pero es que la sobreactuación, al estilo Neymar, de los personajes públicos transforma la gravedad de todas nuestras tragedias en caricaturas innecesarias que aplazan sus trámites hacia las verdaderas soluciones.
Los estoicos se caracterizan por reconocer sus emociones, tomarse en serio lo que se puede y no se puede dominar, y concentrarse en lo primero para lograr su propio bien o, en este caso, para el bien de todo un país. El presidente quiere promover un acuerdo nacional que nos lleve a la paz y a otros propósitos comunes, pues habría más lideres dispuestos sin tanto alboroto y confusión, y el fiscal podría apelar a esa majestad de la justicia que invoca con firmeza, pero actuar con la mesura, serenidad y ponderación que exigen los procesos.
Quizá sea gastar pólvora en gallinazos.