El nombre de un presidente de la República abre muchas puertas o, bueno, todas las que quieran ser abiertas.
Decir que uno “viene en nombre del presidente”, o que “este favor lo pide el presidente”, o insinuar que al presidente le vendría bien esto o aquello lleva a que quien sea el receptor del mensaje tome decisiones, voltee la mirada hacia un lado u otro, mueva las fichas, emprenda proyectos y ponga la firma. Es un nombre mágico y los subalternos lo saben. Invocan al mandatario y así ejercen el poder.