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Lo que fue fue. Se terminó la campaña y dentro de una semana tendremos un nuevo mapa de poder local y regional que obligará a afinar el análisis de las variables que hicieron ganar a algunos y perder a otros. Quizá se den algunas sorpresas, pero lo previsible es que se confirmen las tendencias que mostraron las encuestas. Ya veremos.
Lo que sí se puede anticipar es que la política sigue siendo una actividad esencialmente económica y que las lógicas ganadoras en muchísimos casos las impone “don dinero”. Nada nuevo bajo el sol, pero hay que repetirlo una y mil veces: el sistema electoral ha tocado fondo y se hace obligatorio, perentorio y éticamente urgente reformarlo.
Más de 35 organizaciones políticas que otorgan avales como medio de sustento, sin importar la trayectoria, las ideas ni las convicciones. Capitales de departamento con 12, 14, 15 o hasta 16 candidatos aspirando a una alcaldía, algunos totalmente inviables y cuya presencia convierte la campaña en un espectáculo circense que los ciudadanos desestiman porque ya han perdido cualquier asomo de respeto.
Pero no es suficiente tener un mercado persa de partidos, no. Los que se lanzan convencidos de engañar bobos y mostrarse “independientes” recogen firmas. Otro negocio que ha venido en ascenso en el sistema electoral, donde miles de ciudadanos son involucrados sin tener la menor idea. El número de firmas necesarias no importa tanto como el calibre de la independencia que se quiera exhibir. Como en los negocios del “agáchese”, se cobran $1.500 por cada firma validada. De ahí que surja la pregunta de qué tipo de bases de datos se utilizan con ese fin y cómo han tenido acceso a ellas quienes se dedican a este asunto.
Aparece entonces el tema de la Registraduría como responsable del funcionamiento del sistema electoral, una entidad que tradicionalmente hace un trabajo excepcional, pero sobre la que siempre se deben tener los reflectores puestos.
En las elecciones al Congreso se demostró que hay unos agujeros por donde se pierden votos y, según conocedores de las intimidades de la entidad, se ofrecen otros pasadizos por donde aparecen. En Colombia otorgarles legitimidad a los resultados electorales nos ha mantenido a flote en democracia aun en momentos de altísimas amenazas de los factores de violencia. Aquí, pese a todo, hay elecciones, unos gobernantes llegan y otros se van, y ese es un elemento fundamental de la gobernabilidad.
Distinto asunto es que lleguen los mismos. Es decir que no se logra renovación política. Es curioso que, avanzado el siglo que ha traído este revuelo de cambios, sumado al momento particular que vive el país, los políticos conocidos y tradicionales vayan a alzarse con los cargos en los que ya estuvieron. La ley se los permite y los votos, al parecer, también, pero la pregunta en muchos casos es qué significa para un político repetir una gobernación o una alcaldía y no dar por superado ese paso en su carrera.
Capítulo aparte habrá que dedicarle al Consejo Nacional Electoral, que en estas elecciones se ha ganado un protagonismo inusual. El balance final, que vendrá una vez se diriman pleitos jurídicos, dará cuenta de qué tan ajustadas al derecho estuvieron las decisiones de revocar o no candidaturas a pocos días de los comicios. Me huele que tendremos mucha tela que cortar.
Por último, otro elemento de análisis que haremos en una semana será si esta elección fue buena o mala para el presidente Petro —por cierto, qué desafortunada coincidencia la fecha de su tan anhelado viaje a China con los últimos días de esta contienda regional; pero, bueno, él quería ir a China y allá estará—. Va a ser inevitable poner en la balanza el alcance de su Pacto Histórico a escala local y se indagará en los resultados sobre si el petrismo o el antipetrismo fueron factores determinantes al votar el 29 de octubre. Aunque hay que reconocer que a otros presidentes no se les ha medido su poder por las alcaldías o gobernaciones ganadas o perdidas por sus partidos, este escenario será inevitable. Mi percepción es que en las regiones donde Petro perdió en las presidenciales no habrá ninguna sorpresa, pero en las zonas en las que ganó quizá la valoración de su primer año de gobierno le pase una factura.
