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La conformación de las listas al Senado y a la Cámara que hicieron los partidos políticos –y que concluye hoy con la inscripción ante la Registraduría– es la más grande operación de la política nacional.
Cada cuatro años comienza una negociación pragmática, cuantitativa, creativa y, muchas veces, sorprendente en la que, cada organización política logra acuerdos que le permiten poner a consideración de los votantes un listado de nombres y apellidos que optarán a una curul en el Congreso a través del voto. Es el verdadero comienzo de la campaña electoral. Cada lista representa la oferta que los partidos hacen a la sociedad sobre sus intereses colectivos, valores de identidad, ideas y liderazgos legítimos para que le voten.
En un sistema ideal, tejer esta gran red exige a los dirigente políticos lograr una puntada con al menos tres hebras indispensables. Una muy fina, que es el compromiso con lo público y la vocación de servicio; la segunda, más resistente que sostenga con fuerza la coherencia ideológica y las convicciones, y la tercera, una flexible pero firme que resista las presiones de tantos intereses para los que es útil una curul. Pero, pero, pero… no es así.
El sistema que tenemos hoy no deja hacer un bonito chal democrático. Está tan dañado que permite, si acaso, coser una colcha de retazos desordenada, incoherente, disforme. Las listas no se hacen con la mencionada democracia interna, sino que son un inventario de favores.
Los aspirantes a candidatos no buscan partido, son los partidos los que tienen que salir con lupa a buscar candidatos. De cara al país, los partidos prometen renovación, inclusión, diversidad. Por dentro, distribuyen esas casillas como quien reparte deudas antiguas. Un aspirante con trayectoria impecable difícilmente encuentra un lugar porque no le gana al socio de un financiador, para un aliado que había que contentar, para un viejo compromiso que no se podía romper.
Sirve el que tenga votos, tenga plata, que sea hermano, esposo, prima, cuñada, hija, hijo de un político jubilado, cuestionado, o preso para así conservar la empresa electoral. Ah, y ahora también vale que tenga seguidores en las redes sociales. Varias listas tienen su influencer. Entrar en una lista no es un gesto democrático: es una expedición a un ecosistema donde las reglas son invisibles y la meritocracia sirve, a lo sumo, para decorar el discurso.
Mientras no se logre una reforma política, llegar al Congreso no será para la gente capaz de representar y legislar para los ciudadanos. El deterioro del Legislativo, viene creciendo periodo tras periodo. En tanto no se cambie la manera de financiar las campañas, este “negocio” seguirá carcomiendo la democracia.
