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Obstruir la paz

María Alejandra Villamizar

19 de noviembre de 2023 - 09:05 p. m.

No sé si el senador Iván Cepeda consiga convertir en delito la “obstrucción a la paz”, pero reconozco que el debate es muy provocador y necesario. Solo que quizás es tarde para hacerlo, pues el daño ya está hecho: la paz se nos fue como agua entre las manos. No hay con quién negociar ni qué negociar.

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Desde el acuerdo incumplido a Guadalupe Salcedo, en los años 50, hasta estos tiempos, la lista de obstrucciones, traiciones y bombardeos a la paz es muy, pero muy larga y sin duda falta incluirla en la biografía de nuestra vida política del siglo XX, pero como la historia se escribe de muchas maneras, las culpas han ido y venido sin lograr un consenso sobre lo que es nuestra mayor tragedia: habernos acostumbrado a vivir con la guerra.

A mediados de la década de los 80 se acuñó con más fuerza el concepto de buscar la paz negociada, privilegiar el diálogo, construir una agenda, abordar las negociaciones y propender por conseguir el fin del conflicto. Hay quienes tienen la convicción de que esa es una obligación del Estado y que hay normas constitucionales y legales establecidas para hacerlo ajustadas al Estado de derecho.

Otro grupo de colombianos consideran que ese camino no hay que transitarlo: “No hay nada que negociar con bandidos”, “en Colombia no hay conflicto”, “no son delitos políticos”, “es imposible ceder ante los violentos”... En este lado, el debate se soporta también en convicciones y argumentos que no dan crédito a las razones que arguyeron por décadas las guerrillas para estar en armas, por lo que mantienen la esperanza de que se rindan, se entreguen y que las Fuerzas Militares logren ganar la guerra.

Hay, por supuesto, muchos términos intermedios. Desde que Colombia ratificó los Convenios de Ginebra y apareció el derecho internacional humanitario, que no acaban la guerra sino que le restan barbarie, la ruta de lo humanitario se convirtió en un punto medio. Negociar sí, pero con las exigencias de no afectar a los civiles, respetarles la vida a los combatientes fuera del combate, no usar armas no convencionales o hacer ceses al fuego unilaterales.

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Pero como no es una ciencia exacta y estamos hablando de humanos (colombianos), la fórmula perfecta no se ha conseguido, básicamente porque no existe.

Entonces, dependiendo del talante y la convicción toman uno u otro camino, pero todos los que han hecho de su mandato la búsqueda de una paz negociada, sin excepción, han tenido miles de palos en la rueda.

Palos que según el proyecto de Cepeda serían delitos y esto plantea una línea muy fina y delicada. Ir tras una conclusión judicial de lo que siempre se ha vivido en el plano de la política, como seudoconspiraciones, nos deja más lejos del fin último de un acuerdo, que es la reconciliación. Ya la Comisión de la Verdad en su Informe Final da puntadas sobre el tema: reconocer las culpas y decirnos las verdades a la cara, para poder dar vuelta a la página.

En 1932, Albert Einstein le preguntó a Sigmund Freud: ¿por qué la guerra? El científico desistió de responderla con sus conocimientos y le pedía al rey del psicoanálisis ayuda para encontrar las razones que explicaran por qué los seres humanos tendían a la guerra. Freud no tuvo respuesta, pero, en una bellísima y extensa carta, le respondió a Einstein que, ante el misterio no resuelto, lo único que podía decirle a modo de conclusión era: “Todo lo que propende por la evolución cultural del ser humano (civilización) actúa en contra de la guerra”. ¡Civilización! ¿Qué le responderíamos a Einstein?

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