Cómo estarán de deteriorados los conceptos que nos han sostenido en pie –como el Estado de Derecho, la democracia, la justicia, la gobernanza, la transparencia– que aquella nación súper poderosa que ha hecho el mejor marketing al “hacer cumplir la Ley”, donde siempre ganen los buenos y se derrota a los malos, tendrá, desde la próxima semana, un “presidente delincuente”.
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Después de que un jurado popular declarara culpable al “ciudadano de a pie Donald Trump” en noviembre, el juez de Nueva York confirmó la sentencia el viernes pasado, pero advirtió que se enfrentaba a una peculiar situación. El acusado ostentaba según sus propias palabras “el cargo más alto sobre la tierra” y esto lo obligaba a aplicar la exención incondicional. A pesar de que Trump sostiene que es inocente y que es “una cacería de brujas política” y apelará, ya quedó escrito en la historia que en Estados Unidos de América, en el año 25 del siglo XXI, llegó por segunda vez a la presidencia el millonario republicano condenado por la justicia por 34 delitos relacionados con el encubrimiento de pagos a una actriz porno para que no lo delatara en medio de una campaña electoral.
Pero Trump no está solo en su categoría. Lo acompaña Nicolás Maduro. Ese mismo día, 10 de enero, ante el inmenso jurado de los ciudadanos que lo sabe culpable, sin sonrojo alguno, juraba ante la Constitución Venezolana cumplir la ley para ser el presidente de la Republica Bolivariana.
Esta decadente tragicomedia tropical, como todas las que protagoniza este ridículo personaje, tenía como telón de fondo el aumento de la recompensa que ofrece Estados Unidos por Maduro y sus amigos a 25 millones de dólares, pues se le señala como narcotraficante y criminal. Otro “presidente delincuente”, pero no solo por la “sentencia” de la Casa Blanca, sino porque la posesión de Maduro es un delito en sí mismo que cometió ante los ojos incrédulos y resignados de un mundo político incapaz de impedirlo.
Los ciudadanos venezolanos son víctimas, pero los ciudadanos estadounidenses no. A diferencia de Maduro, que se tragó los votos que no lo eligieron, a Trump, que desconoció la elección de Biden e instigó la toma del Capitolio y fue condenado por el caso de la actriz porno, sí lo eligieron.
En ambos casos la justicia tiene evidencia de sus delitos, pero vale poco o nada. Ninguno dejará la presidencia. Delincuentes.