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Vivir en Colombia es ver cómo se despedazan los lobos

María Alejandra Villamizar

18 de agosto de 2025 - 12:05 a. m.

Ni el clamor de una viuda, o de mil viudas; ni el de una madre, o mil madres; ni el de un huérfano, o de cientos de miles de huérfanos; ni las palabras de los pastores de las iglesias, de la de Jesús, o de Yahvé, o Jehová, o de Alá, o de Buda. Ni los diagnósticos de los expertos, de los sabios, de los maestros, de filósofos, pensadores o psiquiatras. Ningún clamor es escuchado.

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No basta, no ha bastado, no bastará con un cadáver, con cientos o miles. Nada es suficiente para detenernos. Las personas en sus casas del barrio lloran, se desesperan, se preguntan, claman por un “ya basta”, pero la política es un tsunami: todo lo arrasa, todo lo arrastra.

Quien no escucha, no entiende, no comparte, no planea ni construye, su egoísmo nunca tiene límite. Solo se oye a sí mismo. Sabe, piensa y siente que su historia ya está contada, no hay forma de cambiarla. Siempre tendrá una piedra escondida en la mano, siempre una cauchera para lanzarla, siempre un objetivo para golpear, siempre encuentra a quién humillar, a quién ganar, a quién derrotar, a quién irrespetar.

El cálculo del poder todo lo puede. No lo matiza ni el dolor. Palabras que acusan, que señalan, que anticipan venganza y profundizan el rencor. El ensalzamiento de los mártires para conseguir beneficios, como si alguna cantidad de votos, millones, miles de millones o todos los votos del planeta consiguieran la resurrección. No hay victorias políticas para quienes ya mataron. Es la realidad rotunda de la muerte.

Aplacar a una sociedad enardecida no tiene réditos. Escuchar el clamor de las victimas tiene tinte ideológico; pedir que se haga justicia y se respete es de vengadores, imaginar un país en paz es de estúpidos ingenuos, crear un camino para desactivar conflictos y sanar es para quijotes. El palo no está para las cucharas de la ecuanimidad, ni de la ponderación, ni que decir de la compasión. Estamos en pleno campo de batalla. Sólo hay pregones de triunfos y derrotas.

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Y mientras estamos aturdidos, los que dispararon, disparan y dispararán sonreirán con sus socios, cantarán victoria. Impusieron su orden, su desorden, su caos. Provocaron la tragedia y desde la primea fila de los espectadores ven con satisfacción cómo se despedazan los lobos.

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