Escribir sobre los resultados electorales en Venezuela en estos días es difícil, hay mucha información; probablemente cuando lean esta columna haya muchas novedades. Temas predecibles, sorprendentes y mucha incertidumbre.
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Muchos de los grupos de pensamiento de la región que se ocupan de la democracia y hacen seguimiento a Venezuela habían planteado el escenario: pierde la dictadura y el régimen no entrega. La pregunta era qué habría que hacer en este caso. Así que desde esta mirada no sorprende lo que estamos viendo: perdieron y no entregaron. Había un optimismo grande en Venezuela y en el exterior por recuperar la democracia.
Predecible también que el Consejo Nacional Electoral anuncie unos resultados que no coinciden con las actas de totalización de los votos que emite el sistema electoral automatizado y que reciben los testigos. La oposición tiene esas actas y por cada voto de Maduro había dos o tres para Edmundo González.
Entre las cosas sorprendentes: la masiva participación y la tremenda votación de antiguos simpatizantes que se cansaron del gobierno.
María Corina se convirtió en la gran catalizadora del deseo colectivo y mayoritario del cambio. En veinte años de oposición, donde ella ha sido siempre una voz fuerte en contra de la dictadura, nunca fue la preferida en las encuestas. Sorprendió que se convirtiera en esa figura que le devolvió la esperanza a una gran población. Surgió nuevamente desde hace más de un año y fue consolidado su liderazgo. De manera valiente, logró con estas elecciones que se evidenciara la debilidad del régimen en términos de apoyo popular.
Las manifestaciones en contra de los resultados del CNE sorprenden por la novedad: son protestas que vienen de sectores populares como Petare, no de Las Mercedes o El Rosal, donde vive la clase alta, quienes tradicionalmente han protestado. Son protestas de un mundo asociado al Gobierno. Esas protestas demuestran la desafección mayoritaria de la gente a Maduro y sus pretensiones de continuar en el poder. Los venezolanos han resistido una crisis humanitaria, una situación precaria durante años. Siete millones de venezolanos abandonaron el país; hoy, desesperados, le dicen al Gobierno que se vaya.
Predecible que no hayan dejado entrar a la Unión Europea a observar las elecciones: no iban a permitir que les dijeran que estaban cometiendo un fraude. El Centro Carter fue el único que estuvo observando las elecciones. Dos días después, este organismo desde Atlanta dice contundentemente que las elecciones no cumplieron con los estándares internacionales de integridad electoral y no se pueden considerar democráticas.
Casi todos los países de la región se han manifestado, algunos en grupos rechazando el resultado y pidiendo el reconteo y la verificación externa. Unos con lenguajes más contundentes y otros han guardado silencio o han salido a decir que apoyan el resultado del CNE. La reacción del régimen ha sido expulsar a los diplomáticos de los países que le exigen transparencia y denunciar un jaqueo al sistema por parte de la oposición y una conspiración internacional. Buena reacción la del presidente Boric, claro y contundente en su defensa de la democracia.
El régimen se atrinchera y saca a la fuerza pública a la calle. Las declaraciones amenazantes del general Padrino callando las protestas demuestran el talante militar de este régimen y, con preocupación, pareciera que será un gobierno militar lo que tendremos por delante. Maduro se sostiene porque lo sostiene Padrino.
Esperemos que haya países que estén en conversaciones secretas tratando de trazar un camino en este difícil momento. Hay que evitar la violencia en Venezuela.