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¿Evolucionamos o desaparecemos?

María Antonieta Solórzano

18 de julio de 2020 - 09:15 a. m.

Desde que llegó la pandemia sabíamos que ella representaba un reto evolutivo para la humanidad. Nos hemos preguntado: ¿Si nada va a ser como antes, a qué mundo vamos a regresar?, ¿Será este un mejor lugar y habremos evolucionado o la resistencia al cambio nos habrá hundido en nuestro peor escenario?

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Sabemos que el aislamiento obliga cambios en la organización social y política pues la economía y la productividad, tal como estamos acostumbrados a manejarla, se frenan y mejor muestran su inequidad, las relaciones intrafamiliares también manifiestan sus falencias, la intimidad y el respeto no sobreviven confinados bajo el orden jerárquico machista.

Conservar o crear una vida para toda humanidad protegiendo el planeta es una meta con suficiente fuerza como para hacer un frente solidario, en el que salvar diferencias y comenzar una época en la que la ambición de poder deje de regular el diario vivir de las familias, las regiones y los países sea un imperativo.

Los vaivenes entre encierro y apertura dejan ver con claridad que la humanidad injustamente se divide a entre los que pueden mantenerse sin hambre durante la cuarentena y los muchos que no pueden. Entre los pocos que al quedarse en casa habitan un espacio psicológico seguro y las muchas mujeres y niños que al contrario el encierro los condena a la violencia intrafamiliar.

La pandemia nos revela otra enfermedad endémica, nuestra insensibilidad científica que convierte que a los que sufren en datos, desenmascara una violencia pasiva y cómplice en la que ni el hambre, ni el maltrato familiar, sufrimiento milenario de muchos, nos afectan o nos mueven hacia la compasión.

Al parecer el Covid-19 y sus muertos no ha alcanzado a ser un maestro tan poderoso, todavía pretendemos salir de la pandemia para recuperar una “normalidad” donde la estructura social se asegure de seguir manteniendo distancias insalvables entre los privilegiados y los desvalidos.

Pero, los que sufren, los llamados “datos,” ya no tiene nada mas que perder y sus voces se hacen sentir, reclaman derechos que los convierten en personas, los que no creen tener futuro no aceptan el encierro, los maltratados denuncian lo que antes silenciaban, los discriminados llenan las calles en manifestaciones.

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Frente a esto, los “líderes,” aún sin despertar, no formulan un nuevo modelo económico que vaya mas allá de las propuestas hasta ahora conocidas, uno que responda a las diferencias antiéticas entre privilegiados y desvalidos.

Entre asustados unos y esperanzados otros, caminamos hacia a una normalidad que no forma ni transforma y, en cambio, trivializa la violencia, nos faltan las conversaciones necesarias, hacer del respeto y el cuidado intrafamiliar y social una practica que erradique la dominación y convierta al planeta y a sus habitantes en un ecosistema amoroso.

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