La grandeza, al igual que la degradación, son posibilidades de los seres humanos.
La presencia de estos extremos, nos sorprende y confunde. Y es que, con historias de vida similares, están los que son capaces de violar y descuartizar niños, y los que dedican sus vidas a sanar en los corazones infantiles las heridas que otros han dejado.
¿Qué es lo que anima a una persona a levantarse por encima de la adversidad y desplegar una generosidad infinita; y a otro lo lleva a alimentarse de tal forma con el dolor ajeno que ninguna crueldad le queda pequeña?
Aunque las respuestas o explicaciones a estas diferencias van desde la historia familiar y personal hasta las investigaciones de orden genético, es innegable la importancia que tiene el hogar y el colegio.
Así, crecer en ambientes donde la convivencia se regule a través de acuerdos con el otro y no en la imposición sobre el otro, en donde las conversaciones acojan los dolores y apoyen la creatividad para enfrentar las dificultades, sin duda representa una ventaja. Desde estos fundamentos, la compasión dirige nuestras acciones y no las emociones negativas que crean justificaciones para crueldades inenarrables.
Por eso reconforta que en estos días en la Universidad de Harvard se hayan reunido 1.200 universitarias del mundo, entre ellas 50 colombianas, que de manera clara se están formando para ocupar un lugar activo en la construcción de un futuro donde la empatía y el trabajo productivo van de la mano.
Ellas, las colombianas, están comprometidas con hacer de nuestro país un lugar donde la maldad ni surja, ni pueda usar la excusa de la injusticia social para generar dolor a cualquier inocente.
Además, quieren formar familias donde los valores impliquen compromisos iguales para las mujeres y los hombres, en las que la responsabilidad afectiva y económica del cuidado de los hijos sea compartida y complementaria. Así mismo, escenarios laborales en los que la productividad no se lleve por delante los valores ni la calidad de vida .
Recordemos que las sociedades viven de acuerdo con los valores y los sistemas de creencias que la comunidad reconoce como aceptables. Pero las madres, a través del contacto cariñoso con los recién nacidos, crean las condiciones básicas para que las personas vivan la compasión. Mujeres como estas jóvenes que le apuestan a la dignidad y no a la sumisión podrán hacer realidad el sueño de vivir en un país donde la crueldad no provenga de la violencia intrafamiliar, y en cambio la grandeza se siembre desde los primeros meses de vida.