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Estamos en Navidad, seamos niños, jóvenes o viejos; de derecha, de centro o de izquierda; ateos o creyentes nos dejamos llevar por el espíritu navideño, entonces recordamos que el otro existe y que es significativo, en nuestra existencia. ¡Nos preparamos para celebrar, con el otro!
Los agites van sucediendo, los que están lejos llegan o nosotros vamos a ver a los que están en otro lugar. Cada quien busca encontrar a “los suyos”; recibir generosidad y ofrecer gratitud es, sin lugar a dudas, una de las experiencia que dota de sentido la vida humana.
Llama la atención que el espíritu navideño no alcanza a invitarnos a expandir este bienestar, mas allá del circulo de nuestros conocidos. Obviamente, resulta impensable ampliarlo hacia alguien con quien tengamos una enemistad. No nos atrevemos a seguir el ejemplo de los soldados ingleses y alemanes que durante la segunda guerra, la noche de navidad dejaron las armas y celebraron juntos. Ellos se reconocieron como seres humanos legítimos.
Y es que nuestra tradición cultural patriarcal logra bloquear el natural sentido de hermandad y comunidad. Es claro, nos sentimos bien siendo compasivos, empáticos y gratos, pero traicionamos a tal punto nuestra esencia que llegamos a pensar que nadie valora lo que recibe sí, no le ha costado sudor y lágrimas obtenerlo.
Así, para una cultura centrada alrededor de los privilegios, ni la gratitud ni la generosidad son una posibilidad. Como si esto no fuera grave, también estamos seguros de que la empatía y la solidaridad naturales en el espíritu humano no tienen nada que aportar a la inmensa inequidad social en la que convivimos.
Nuestra responsabilidad personal con el otro, se desplaza hacia el Estado y creemos que los gobiernos con sus políticas públicas solucionan las necesidades de los vulnerables. Ellos dejan de ser significativos y, en su invisibilidad, solo son estadísticas.
Nuestras creencias, acerca de la convivencia social, convierten en anónimo a todo aquel que no viva como nosotros. Alfonso Quarón lo narra magistralmente en su película Roma. Los privilegiados, a pesar de tener “buen corazón”, no reconocen como un legítimo otro al que tiene menos medios o menos poder. Roma nos muestra como llega a parecernos normal tener privilegios y que los demás reciban nuestra condescendencia se entiende como empático.
Nuestro mundo sería muy diferente y maravilloso si, al mejor estilo de los Reyes Magos, los privilegiados y las privilegiadas se desplazaran hacia los lugares donde la pobreza y la desprotección marcan el destino de los recién nacidos y, entonces, reconocieran a cada uno de ellos como seres legítimos y significativos, imposibles de abandonar a su suerte. En este escenario celebrar la navidad sería una forma de vida.
