Escondemos nuestros problemas, nuestros defectos y nuestras inseguridades en un disfraz de falsa seguridad, por miedo a no ser aceptados en una sociedad en la que vendemos un aparente éxito y felicidad en las redes sociales, ante nuestras familias y amigos, en donde siempre buscamos que nos vean como quisiéramos ser. Nuestra realidad de SER es APARENTAR.
Cada día más personas estamos en busca de algo que no encontramos, incapaces de disfrutar lo pequeño, lo real, lo humano.
No nos gusta hablar de nuestros problemas, como si esto fuera signo de vulnerabilidad o debilidad. Esa coraza que proyectamos pesa y termina convirtiéndose en una cruz a cuestas que no nos permite ser felices, por que todos tenemos fracasos, sueños que no se cumplieron, cometemos errores y le tenemos pánico a algo. Hasta cuando aceptamos que no somos perfectos, que sencillamente tenemos derecho a equivocarnos porque al fin y al cabo de esto es que se trata la vida, de aprender y de que cada uno de nuestros problemas sea la pieza fundamental del aprendizaje de la maestría de la vida.
Es sumamente difícil mirarnos a nosotros mismos, entender por qué actuamos de esta u otra manera ante las situaciones, percibir por qué en nuestra vida se repiten situaciones constantemente que no deseamos y revisar qué actitudes debemos cambiar para poder tener una vida mejor; no lo hacemos. No nos interesa pensar qué debemos mejorar y nos repetimos: es que yo soy así y esta es mi personalidad. No queremos ver que tenemos fallas porque eso nos haría débiles y se nos caería el personaje de “éxito” que nos hemos creado. Y así nos pasamos la vida, aunque por ratos cansados porque cargar este tenso personaje cuesta y, lo peor, enferma.
Si soltamos el control, somos lo que tenemos que ser y nos pasa lo que nos tiene que pasar. Intentamos dar lo mejor de nosotros cada día y construimos cada paso a una persona con coherencia entre su discurso y su acción. Nadie es culpable de una situación que nos pase, la culpa no existe. El problema está en la forma como observamos una situación y la actitud con la que la enfrentamos. Aceptamos las diferencias y no buscamos ser como alguien más; podemos inspirarnos en personas que admiramos, pero por las circunstancias de la vida nunca podrémos ser iguales a nadie. Somos únicos e irrepetibles y tenemos en nuestras manos el poder creativo de ser realmente el tipo de personas que queremos ser.
Si realmente hiciéramos esto, nos sentiríamos bien con nosotros mismos y con los demás, nos veríamos en unidad y no en rivalidad, no tendríamos que envidiarle ni criticarle nada a nadie porque la vulnerabilidad es nuestra fortaleza.